jueves, 15 de abril de 2021

 En la casa abandonada

el silencio y los espejos comparten secretos

que esconden y callan.

Estira la gravedad roídas cortinas desdibujadas sobre baldosas quebradas.

Esparce sus desiertos el polvo por rincones, anaqueles, muebles, cachivaches, cuadros con estampas.

Como un salmón avanza mi memoria al revés de la corriente.

El tiempo de repente es un funambulista

sobre una cuerda panda.

Apenas me atrevo a tocar. Piso como volátil, ingrávido, cosmonauta.

Más allá de la cocina, detrás de los pestillos de la puerta que descorrer no quiero, salvaje, pura, en el patio, sobre la tierra firme aún estará la parra, un cielo olvidadizo, espesas yerbas en selva, peñuelas pardas.

En la casa abandonada ya no huele a sahumerio. En la casa abandonada la despensa es una cueva tenebrosa, onda, fría, callada. Qué habrá sido del bidón lleno de aceite. Y en la azoeta mohosos tendederos, sin pinzas, prendas, nada. 

El futuro del pasado no era más que un espejo, un horizonte baldío, una cordillera rala, un finisterre para el alma.

Pueblan mi corazón viejas coplas por mi madre entonadas.

En la casa abandonada ya nadie ríe, llora, juega, canta.

En la casa abandonada, sobre el polvo, bajo lámparas sin brillo cubiertas de telarañas, entre un silencio opresor aún pervive un dulzor, antídoto de nostalgias.

Tras los cristales del balcón, rauda y silenciosa, una golondrina pasa.

Dicen que es primavera, sus alas.

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