viernes, 21 de agosto de 2020

RENCOR AMOR

No sé cómo mi corazón no me abandona,
si en guerra siempre lo tengo.
Ni cómo mi razón no hace sus maletas
por mi adicción a lo inexplicable.
No sé este empeño mío,
esta querencia hacia las tablas
de la desilusión y el desengaño,
este andar huyendo de continuo
de los centros tranquilos
como lagos en calma
hacia la tempestad, hacia el vértigo,
hacia ese lado oscuro
del tormento y la derrota.

Rencor, me dijo Guadalupe. Psicoanalista argentina.

Rencor y amor tienen una fonética muy parecida.
Amé las primaveras hasta odiarlas.
Amé los buenos consejos,
el lado práctico del amor inmenso
de un padre honrado
más allá de los límites
que imponen los diccionarios,
esos gruesos seres sin sangre.

Amé la higuera del patio de mi tía.
Amé todas y cada una de mis bicicletas.
Amé los cardenales que me hice en la Era Verde.
Amé a mis maestros.
Amé a mis compañeros.
Amé la amistad surgida espontánea
entre muchachos arrancados de sus casas en los patios y cantinas del cuartel.
Amé la mejorana cuando niño
como el aire necesario que respiro.
Amé todas y cada una
de las fachadas de las facultades que vi a mi paso.
Amé los regresos a mi casa.
Amé todas las ciclistas de Sevilla.
Amé luego los campos en barbecho o florecidos,
colmados de girasoles como océanos de oro,
de algodón como estepas nevadas,
de aceitunas como cielos
con estrellas de zafiro.
Amé el mar,
la profundidad del mar,
lo invisible del mar,
el suspiro inagotable del horizonte del mar.

Amé hoteles ilegales.
Amé aquel robledal en La Alpujarra.
Amé aquel pan cateto,
los espetos de sardinas,
estrenar pantalón,
peinarme para ir a misa.

Amé mis primeras ampollas en las manos.
Amé todos mis errores
en los comienzos de mi oficio.
Amé el olor del pino recién aserrado.
Amé todas las astillas.
Amé el serrín.
Amé la cuenta del banco.
Amé los sueños.
Amé todas las películas, todos los libros.
Amé la música como amé la mejorana.
Amé a los dichosos en paz con el mundo.
Amé a la mujer que llora,
al niño huérfano,
a todos los trenes sin rumbo.
Amé las golondrinas planeando calle abajo
a ras de suelo
anunciando lluvias,
los bolígrafos Bic,
las cartillas Palau,
el dedo de mi madre
recorriendo los renglones.
Amé los puñetazos que no di,
el grito que no pegué,
todos y cada uno de los goles que metí,
los kilómetros,
cientos,
miles de kilómetros que recorrí pedaleando. Los primeros cubatas, El Último de la Fila, Radio Futura, Sabina...

Amé todo lo que viví.
Amé todo lo que estoy viviendo.
Amé todo lo que me quede por vivir.

Pero por huir, por escapar, por marchitarse,
rencor le tengo hoy a la vida. Sí, rencor. Rencor del grande.

De tanto como la amo.

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