lunes, 10 de agosto de 2020

SON PARTE DEL GUION

 Costumbre es en mi oficio tener siempre una astilla clavada entre las manos. No suelen ser muy grandes, mas no por ser pequeñas, me hacen menos daño. Son parte del guión, y así me lo ensañaron, antes de yo cruzar las puertas del taller sin acabar la escuela.


Bien lo supe esa vez cuando volví del cerro con la bolsa repleta de hojas de morera, aún ni adolescente. Hincado entre mi dedo, como alfiler pequeño, un pincho de madera. 


Llorando de dolor se lo mostré a mi padre. Luego vino el sermón, y más dolor aún cuando agarró mi mano y sentí su navaja.


No te curten los años según como nos cuentan, ni es más dura la piel jamás que la madera. Treinta inviernos y otoños, al pie del viejo banco o en la sierra de cinta, otra cosa demuestran.


Mas sí te enseñan algo que no viene en los libros, si acaso los hubiera. 


Más sabia que la astilla, es la naturaleza, pues al cabo de un tiempo, alrededor se cría una especie de callo, de celda membranosa que impide al cuerpo extraño ahondarse más aún entre la carne tierna.


Y no hay más que esperar. Al cabo de unos días, cuando menos lo sepas, olvidado el dolor como por una extraña sensación de anestesia, te percatas y observas. 


Casi siempre me basta con usar una uña, a veces unas pinzas, y otras veces, las menos, doy uso a la navaja.


Y es mágico el momento cuando hurgo mi herida y al más leve contacto, entre un brote de pus y un ligero entusiasmo, tal barca que en el mar hundida se reflota, la astilla traicionera emerge misteriosa.


No te impiden los años que otras nuevas espinas se claven en tus manos, pero te enseñan claro, sin sermón visionario ni frases sentenciosas, que no hay mejor remedio, llegado sea el caso, que el dejar a la carne valerse por sí sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 Si el poeta se duerme en su palabra, el pueblo al que le canta se empobrece. Si el pueblo se empobrece y adormila, el poeta se agranda, des...