lunes, 23 de septiembre de 2024

 Hoy te he notado idéntica, mujer muchacha.
Los años en tu alma son abono.
Hay gente que se entrega a su abandono, 
en cambio tú floreces con el tiempo.
Hoy te he visto tan tú, tan de al principio,
que diría que he vuelto a enamorarme,
lo cual es imposible, si no dejé de estarlo.
Ya sé que hoy son hilachas lo que ayer eran sábanas; piedras o guijarros, polvo del camino o de la playa lo que fueron montañas.
Pero aquí sigo, mirándote de lejos, en mi barca, sin remar, entregado al completo a las corrientes hacia el único y falaz de los destinos, pero como quien mira o recuerda en la noche un planeta brillante que en tiempos habitara, y la razón forzárame al exilio, exilio de tu nuca y de tu pelo, ajeno ya de lleno al calor y al asombro de tus pequeñas manos, laboriosas, como hileras de hormigas.
Hoy te noté la misma, mujer muchacha.
Diría que también me siento el mismo. Pero decir es un verbo cargado de una amarga traición, según sea conjugado. No es lo mismo te digo a te diría, porque es fácil y humano confundir lo real con el deseo. 
Cuando el amor asienta sus raíces, no existe labrador cirujano que lo extirpe: ni el tiempo con sus fieros venenos cuyo nombre común es el olvido; ni el éxito o fracaso en cualquiera de ambos bandos; ni la inmutable realidad que prohibiera y prohíbe un futuro conjunto, asociado, como el viento en la rosa, como el mar en la costa, como nube que llora y de su pena acuosa se enverdece y florece la tierra en la alegre primavera. 
Cuando el amor asienta sus raíces, no hay tratado de paz ni guerra declarada capaz de eliminarlo, pues ni los propios amantes, principales y únicos artífices, podrán frenar su ímpetu, su capricho. 
El amor es otra cosa a lo que pretendemos hacer fácil al nombrarlo con palabras. El amor es un ente en sí mismo. El gobernante absoluto. El indomable. Si te digo te quiero o escucho tu te quiero, no somos nosotros, sino él, quien nos lo dicta, quien nos lo exige, quien nos hace decirlo. 
Marionetas. Eso somos. Proyección encarnada. Juguetes inocentes, inertes o vivientes colgados de sus hilos.
Hoy te sentí la misma, mujer muchacha.
Hoy escribo y escribo.
Hoy la luna me guiña con pícara mirada.
Diría que hasta el mar es lo que escucho. Sí, el viejo mar. El viejo mar que ha vuelto. Una implosión de los sentidos, de estares y de seres, de segundos o siglos, un giro al renacer de las montañas y los fuegos extinguidos, un presente de peso y absoluto que me abraza y protege de mi tanto penar por el mañana.

sábado, 21 de septiembre de 2024

 Refiriéndose a la muerte, dice el verso del medievo: "a todos los igualas al más bajo nivel" (nótese el alejandrino, idéntico a los de hoy, y a todos los de desde entonces: dos hemistiquios con perfecta cesura justo en medio, el primero heptasílabo y el segundo también, al ser aguda la última palabra. Perfectísimo. Según se mire, tampoco hemos cambiado tanto).

Pero no es sólo la muerte quien tiene potestad para igualarnos a ese estrato. También, y como ejemplo, lo hace Máxima Centauri, estrella más cercana al Sol, nuestro sol, nuestra estrella.

En este preciso instante soy indéntico a quien habite en mis antípodas respecto a nuestra diferencia de distancia con Máxima Centauri, que es absolutamente desechable.

Y es ésa la siguiente estrella tras el Sol más próxima a nosotros. Lo curioso es que pertenece al mismo conjunto de estrellas, o galaxia, que la nuestra: la Vía Láctea, de la que aún no conocemos con exactitud cuántas estrellas la componen.

Creo que ya sobra decir que más allá de nuestra Vía Láctea hay muchas más galaxias con más miles de estrellas cada una y así hasta alcanzar un estado de razonamiento e imaginación que roza o traspasa lo aguantable.

No es sólo precisa la muerte para igualarnos. Vivos también podemos (o deberíamos) captarlo.

 Me dicen mis cercanos  que gasto mucho frío últimamente.  Será porque es invierno o que ya pocas cosas me calientan.  Será que estoy llegan...