Volveremos a comer la carne asada en la candela, como hicimos en tantas otras veces similares, por estas fechas. Y miraré tus ojos, tus coloretes, tus mofletes hinchados masticando, tu feliz sonrisa. Reiremos con los perros, nos limpiaremos luego las migajas de los dientes con astillas de madera. Y así será de simple y de rotundo ser feliz nueva y plenamente. Y creeré, una vez más, por un instante, que no existe ese futuro que a veces toca en mi hombro y, de sutil manera, me invita a ese alejarme fatalmente de la vida. Qué triste resulta en ocasiones lo de ser padre, cuando en uno no está el poder detener las agujas del reloj. Pienso, de repente, en las máscaras representativas del teatro en la antigua Grecia; también pienso, a la vez, en el dios latino Jano: felicidad y tristeza, el futuro y el pasado. Todo junto, jamás separado. Pienso, justo ahora, en ambas dicotomías; las entiendo, las estoy entendiendo como estoy sintiendo también en idéntica y clara perfección este girar de la Tierra. Lleno de tanto amor hacia mi hija, aprecio el ritmo al alejarse de cualquier galaxia, el avance de la arruga, la hinchazón y el latir de la simiente que en abril será amapola.
viernes, 8 de noviembre de 2024
Qué mentira lo de:
no vuelvas al lugar donde has sido feliz.
Un día, una hora, un instante oportuno
basta para negarlo.
Volví a la mano aquella donde cantaban pájaros, y he vuelto a oír sus cantos; a besar las mejillas donde nunca la nieve halló refugio, y estaban cálidas; a mirar y ser mirado por los ojos que una vez me mostraron el sendero en que nacen los soles, y de líquida luz
se vistieron nuevamente todas las cosas del mundo. A la voz de aquel te amo, amplia como el tiempo, sin vértices ni desgastes, y en nueva eternidad gravitan mis ocasos.
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