Ya pardean las hierbas de mi patio. Sólo ya de verdes vivos: mi puñado de árboles, con mi naranjo irreductible, con mi higuera dulce, con mi hirsuto azofaifo, la buganvilla, y mis rosales, y mi hierbabuena. Toda mi pequeña huerta.
Sobre las cañas, donde los pimientos y las berenjenas, se ha posado un jilguero, fugaz, como grano de nieve en la mano de un niño.
Cuánto rojo y amarillo ardientes, de pronto, en la mañana gris.
Pero mayo, como el jilguero, es ya un suspiro. Los fríos se encomiendan a sus dioses, y ofrecen sus postreros coletazos.
La vida: un tiovivo. Incesantes, los ciclos de la tierra van y vienen, giran y giran. Misterioso carrusel con nuestras vueltas contadas.