No todas las distancias son hijas del espacio,
ni todos los cronómetros alumnos del reloj.
En mis labios persisten centenas de kilómetros
de cielos y embeleso, de vuelos de este hoy que es ayer y es mañana,
con su gusto a tibieza, dulzura y cercanía.
Lo amargo es olvidar, lo frío y lo lejano,
lo acabado. Imposibles nociones,
vocablos torpes
desde el punto de vista del tacto de mis labios y su férrea memoria.
Nada muere en verdad en el otoño, ni cierto si algo nace en primavera.
En mis labios se tercia a cada instante
el enorme milagro del ser y del estar
entre lo eterno
si reparo en pensar aquellos besos.
Aquellos besos tuyos.
domingo, 31 de agosto de 2025
jueves, 21 de agosto de 2025
Terminó la cosecha. Dentro de la endeble caja de láminas de madera, vacía ya de verduras,
duermen, abrazadas, mis dos gatitas.
El patio es ahora lugar para lo desértico: donde estuvo lo verde, ahora está lo ocre; donde prendió su candela una flor de calabacín, ahora cruje su seco sarmiento; donde habitó lo tangible, ahora prolifera la ilusión del nuevo proyecto, futuras siembras, así como el recuerdo de lo finalizado. Pero también lo es mi patio ahora sitio para el recreo de mis gallinas, que por fin, libres de toda riña, alcanzaron su añorado botín de escarbar en la tierra prohibida.
Mientras escribo, a veces, levanto mi mirada, y enfrente: mi moral, engrandeciéndose en oro, lentamente, con el amanecer. Brilla, moral mío, brilla y sé verde y sé de oro, antes de que el otoño, que está al acecho, te desnude y convierta en vago simulacro de lo que ahora eres, en este mismo instante, frente a mis ojos, ese algo que no sé definir: ¿glauco globo aerostático anclado en tierra? ¿Siempre a punto de partir?, ¿o acabado otra vez de tu regreso? ¿Con qué sueños sueñas tú, viejo y enorme y mudo amigo mío? Dímelo despacito, como cuando te meces tan lento ciertas tardes de calma; dímelo en mi oído falto de ese tipo de secretos, que bien te entenderé.
Húrtole minutos a mi día, a mi vida, para escribir pareceres propios: impresiones cautivas que libero sólo con observarlas, con sentirlas mías, porque qué sería yo entonces sin estos momentos donde el mundo me parece hasta bonito, dulce y apacible, magnético y enamorante, como el soplar de unas velas, sean de tela o de cera, la relectura de un manido libro de versos sabidos ya de memoria, o ese primer bocado a la porción de tarta de mi mismo cumpleaños.
domingo, 10 de agosto de 2025
Habito entre las ruinas de lo que nunca fui. Respiro los retales de un aire imaginado. Pero incesante, en mi centro, este batir de alas: las alas del ensueño.
Tengo más a lo etéreo por materia, que a lo palpable: dichosas mis costumbres de besar a las nubes, de abrazar a la niebla, de escribir poesías sobre la piel del viento.
Tiene la piedra un algo de mi espíritu; como lo tiene el río, con su alargado abrazo; como lo tiene el sauce, con su lánguida pena. Es un algo tendente hacia lo mudo, como un gritar callado, un abrirse hacia dentro, la multiplicidad de lo individuo: me crezco en soledad, me ablando con lo duro.
Mientras tanto, seguiré como siempre: sin comprender el mundo, sin entrar en el mundo. Ese mundo contable, tan de números.
Que yo para contar prefiero los otoños, cada hoja caduca que piso sin querer en mi camino.
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Un cénit de verano sobre la vertical señal de tráfico. Entre la escueta sombra, o férvida sartén, y en la cuneta, resuella un pajarillo.
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Cuando la vida se inclinaba lentamente hacia el sueño; cuando las plantas y animales comenzaban a vivir su diario intervalo de leve in...
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