Ajenos y libres, en sonora desbandada huyen los gorriones
sobre el alto muro, quebrando con sus alas el silencio del monacal recinto.
Cargados de su fruto, amarillan los limoneros el pardo huerto, y en el medio,
imperioso, de sus hojas desnudo,
emerge la figura de un nogal, cual rey
que descoronan.
El gallinero, la pocilga, los palomares, que en días antiguos diesen a la orden su sustento
en su abandono son ahora almacén de losas viejas, aperos de la huerta, cacharros en desuso.
Huidos los pájaros torna el silencio absoluto. Ni la sierra es aquí visible tras los vastos muros. Mas sí esta tierra que piso, materia primigenia del origen del mundo. Ella ya era aquí antes de todo, ajena y libre, cual los pájaros, a toda fe, dotando hierba y abrigo al animal remoto.
Vuelven mis ojos a detenerse en la pared de piedra, y recuerdo,
cuando niño, en días azules y felices, elucubraba desde afuera cómo era, qué habría. Misterio y magia en las mentes infantiles, que gracias a mi oficio, andando el tiempo, cual pértiga me hiciese saltar el grueso muro.
Buscar quisiera hoy si pudiera aquel niño imaginativo, sacarlo de su duda, y decirle con ternura que tras la alta pared que allí veía, tan sólo un huerto, un huerto había.
sábado, 27 de enero de 2018
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