Una seta en la cocina,
más allá de su forma,
de su color o su aroma,
emite un gemido mudo.
Tú, que ni anduviste la tierra,
ni volaste entre los vientos,
ni nadaste en río alguno;
tú, que no conoces
la suerte de tu progenie;
tú, tan sin boca ni oídos,
tan sin ojos ni manos,
tan sin olfato ni espíritu,
y aun así,
tan tú,
tan en ti,
tan monte aún,
que no tienes corazón pues tu latir es el mundo,
dime por qué brillan tus esporas
atrapada en cadáveres de mimbre.
Dime por qué escucho tu gemido.
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A este poema mío, recién parido, aunque no sé si terminado, creo que le viene bien un par de explicaciones.
La primera es llevármelo a un verso de Gamoneda: "La belleza no es un lugar donde van a parar los cobardes", que creo que tiene mucho que ver con mi poema.
La segunda es que este poema surgió de una visión de varias escenas de una película que nada tiene su argumento que ver con lo expresado por mí. En dicha película un grupo de personas recolectaba setas en el bosque. Luego, uno de los protagonistas, llevó su canasto de setas a su cocina. Yo sé que era una película. Yo sé hasta qué punto era falso todo aquello. Pero la realidad a veces tiene la facultad de seguir siendo verdad en la mentira. Quiero decir que yo no tenía en mí o ante mí la presencia real de esas setas, pero las percibía igualmente reales, tanto primero en el monte, como luego en la cocina. Y de manera quizá instintiva comenzó a fraguarse mi poema.
Ahora no sé si con mis explicaciones he matado mi poema. Nunca se sabe cuándo es correcta la intención, desafortunadamente. Aunque ya puestos, qué más da. Sigamos.
La belleza no siempre es sinónimo tal cual de lo bonito, ni lo agradable lo es también de la felicidad. A veces ambos conceptos sobrepasan sus comunes significados. Yo creo que estoy tratando un asunto más allá. Que puede haber, y la hay, belleza en la tristeza, y que existe determinado placer en los estertores de la muerte, y no tiene por qué tener connotaciones de venganza o conquista de ansiada paz definitiva, sino que, a modo de canto de cisne, más bien se trata de una proclamación del amor a la vida ante la muerte en los momentos finales de la existencia.