jueves, 11 de junio de 2020

PEQUEÑAS ESPINAS , GRANDES LECCIONES

Tengo cinco minicactus juntos en una maceta, cada uno de una especie diferente. Tengo otro más, el que lleva más tiempo conmigo, a solas en otra maceta, pero vecino de los otros cinco. El solitario apenas mediría cinco centímetros de altura cuando lo compré. Es verde en el tronco y lila en las puntas de las múltiples protuberancias que rodean su cuerpo al completo, desde la base a su altura máxima. A veces algunas de esas protuberancias se alargan más que las otras, formando como minúsculas ramas, llenas de protuberancias también. A veces en algunas zonas aparecen unas miniflores blancas, en la corona del tronco principal y en las de esas ramas. No hace mucho que lo compré, y en contra de la advertencia del vendedor de que ese tipo de cactus es lentísimo al crecer hoy mide ya siete centímetros, que acabo de medirlo para escribir con rigor. Su quinteto vecino está integrado por: uno central, espigado, de cuatro caras separadas por aristas verticales hirsutas, verde oscuro y pálido, un poco triste en general. Alrededor suyo, lo más radialmente colocadas como buenamente supe, están los otros cuatro. Uno es pequeño, lleno de hojas gruesas y puntiagudas verde lima. He observado en él ir naciéndole más pequeñas hojas en dirección al borde de la maceta, lo que me hace soñar si algún día esas hojas sobrepasarán dicho borde y cuelguen babilónica y maravillosamente en una especie de microjardín. En dirección contraria a las agujas del reloj nos encontramos con uno rechoncho y bajito, sin ojos boca ni nariz pero tiene cara de buena gente. También tiene protuberancias, pero más discretas, aunque alrededor de cada una lo que hay son espinas, como cactus que es, y a mucha honra. El siguiente es un poco parecido al babilónico, pero éste no tiene pinta de saltar el borde y colgar con gracia, sino le veo un poquito dominante, parece que según va creciendo intenta ocupar el sitio de sus conciudadanos vegetales. Su verde es claro, pálido, como la piel de los frailes. No me fío mucho de él, por eso ando constantemente vigilándole. Ya está casi rozando al del centro, en cuanto vea que lo toca caerá sobre él un buen tijeretazo. Que se ande con cuidado. Y por último el más extraño de mis minicactus. Con éste tengo que afilar bien el lápiz para describirlo. Yo diría que en sí mismo es todo un mundo, no porque los demás no lo sean también si bien se miran, sino porque en él mismo hay una variedad de formas y tamaños no tan notable en los otros. Está compuesto a día de hoy por diez tallos erguidos, con protuberancias, hoy me voy a hartar de escribir dicha palabra, pero muy curiosas, porque parecen hojas de acanto. Miro la planta y es como mirar aquellas fotos en blanco y negro que existen aún en tantas casas, padre, madre, el hijo más pequeño en brazos de la madre, el resto de hijos ya en pie cada uno en su lugar, unos más altos, otros más bajitos, cada cual diferente pero todos tan iguales, cada cual independiente pero todos en conjunto. Pero lo más curioso verdaderamente de este cactus es que en los tallos de mayor tamaño crían en su parte superior una especie de antena larguísima relativamente hablando que termina en un microcapullo, es decir, una minúscula punta de lanza de color rosaceo que he estado bastante tiempo observando con esa mágica espera del que sabe que ahí en algún momento va a ocurrir una eclosión desconocida. Y así fue. Un atardecer, en la antena nacida de aquel tallo mayor, vi abierta una pequeña flor, lila, de un par de pétalos como máximo, súper delicada. Yo me puse a mis lecturas, a mis cosas, y de repente, cuando vuelvo a mirar aquella flor, veo que se ha encogido. Pensé, esto es cosa de la naturaleza, no voy a preocuparme. La planta sabe que es de noche y en la noche lo normal es irse a dormir. Quien quiera creerme que lo haga, pero durante el siguiente día estaba deseando de volver a mirar mi cactus, y comprobar si su pequeña flor estaba de nuevo abierta. Pero no fue así. Ni ese día ni los siguientes. Así han pasado ya quizás más de siete. Pero hoy, en el siguiente tallo en altura, y sobre su extraña antena, observé abierta una nueva flor. Volví a llenarme de alegría. Y otra vez fui feliz como pocos sabrán comprender otra vez. Y yo ya por experiencia sabía que esa flor iba a durar unas horas abierta. De hecho ya está cerrada. Porque el tiempo no para. No perdona. Pero yo sigo vivo. Y eso es maravilloso. Y en las cosas que nos rodean hay maravillas, repetidas durante miles de años, pero hoy lo están ahí para cualquiera. A veces la realidad parece fantasía. Pero es verdad. Imaginad que vuestra vida no durará más que varias horas. Qué importancia tiene eso cuando todo tu tiempo es tan importante. Cuántas horas de nuestra vida malgastamos en tonterías. Sin embargo una pequeña flor efímera viene a explicarme ante mis narices cosas tan importantes.

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