jueves, 25 de junio de 2020

SANDÍAS Y MANDARINAS

Hace unas semanas tuvo lugar la última misión a la Estación Espacial Internacional. Ya escribí algo sobre ello, poco serio por cierto. Desde esos días en que seguí con entusiasmo todo el desarrollo de dicha misión, desde el despegue hasta el acoplamiento de la cápsula a la Estación, con la posterior entrada a ella de los dos astronautas y el recibimiento de los otros tres que ya estaban allí dentro, no he hecho más que pensar en el asunto. Impactante es. Y admirable.

Sentadito en casa qué fácil se ve todo, qué sencillo parece lo que estás mirando. Pero para que eso ocurra centenares de mentes privilegiadas han estado previamente centenares de horas estrujándose sus respectivos cerebros hasta conseguir el objetivo de su común proyecto.

Por no extenderme demasiado, entre las muchas cosas que he pensado sobre todo esto, es la altura a la que la Estación Espacial está situada con respecto a la Tierra, que es de unos cuatrocientos kilómetros.

En mi casa tengo un globo terráqueo. Será del tamaño de una sandía. Yo por ejemplo sé que entre mi pueblo y Toledo hay unos cuatrocientos kilómetros de distancia. Eso en mi globo terráqueo vendrán a ser como cinco milímetros. Si esos cinco milímetros los imagino en altura sobre mi globo terráqueo puedo tener una idea bastante aproximada de a qué distancia orbita la Estación alrededor de la Tierra.

También sé que entre la Tierra y la Luna hay cuatrocientos mil kilómetros. Así que con multiplicar por mil esos cinco milímetros obtengo también otra idea muy aproximada de la distancia real entre los dos astros. Cinco metros. Con lo cual he de ponerme en la cocina, coger una mandarina, y a una distancia aproximada de cinco metros hasta donde está mi globo terráqueo, puedo decir, esta mandarina es la Luna, y aquello redondo y azul que veo en aquella sala es la Tierra. Y ahora puedo hacer comparaciones, entre los cinco milímetros de la Tierra a la Estación Espacial y los cinco metros de la Tierra a la Luna. Y es la Luna el astro más cercano a nosotros, y fijaos lo lejos que queda. ¿Venus o Marte cuántos metros estarían de lejos de mi globo terráqueo entonces? ¿Me faltaría casa para calcularlo? ¿A qué distancia estarán entonces Plutón o yendo más allá cualquiera de esas galaxias que a menudo descubren y hablan de que están situadas a millares de años luz de aquí? ¿Alguien se ha parado a pensar que la luz recorre trescientos mil kilómetros en un segundo? ¿Cómo tendría que ser mi casa de grande para calcular con mi globo terráqueo esas distancias?

En fin. Y toda esta retahíla no es más que un intento por tratar de abrir cierto camino para la explicación de otra cosa.

Con mis Juegos Literarios ya he dicho también que no paro de descubrir autores y obras. El otro día le tocó el turno a un filósofo: Antonio Escohotado. El texto que descifré era parte de su obra "Caos y orden". Me interesó lo que decía dicho fragmento, así que indagué en el autor. Vi un par de vídeos, un par de entrevistas. La primera de Jesús Quintero, que la vi completa. La segunda, con una presentadora que no recuerdo el nombre, y que sólo aguanté hasta la mitad. Y es que el docto filósofo comenzó a escocerme. Cada respuesta que le daba a la mujer, igual de tajantes como repelentes, abrían una brecha entre ese hombre y yo. Respondía como los tenistas. Y las preguntas de la presentadora por lo menos a mí no me resultaban banales. Sin embargo él tan seguro de su verdad, soltando reveses a diestra y siniestra. Y yo pensaba: este hombre me parece a mí que vive en un micromundo, y con olor a ficticio. Lo que toma por verdad es la verdad de su micromundo. Mi instinto me dice que ese hombre se ha creado su propio planeta, su propia verdad. Mi instinto me dice que ese mundo suyo propio le sirve para defenderse, como cápsula bien pensada para aguantar en el espacio exterior. Y es que en ese espacio exterior puedes toparte por ejemplo con presentadoras en minifalda de piernas bonitas, de cara bonita, de pelo bonito, de boca seductora, inteligentes, que te hagan aferrarte a tu verdad porque lo que tienes ante ti está zarandeando y sin esfuerzo los pilares de la microverdad de tu micromundo. Eso me pareció a mí este hombre, una especie de astronauta amenazado porque la escafandra se le está quebrando o su cohete se está quedando sin batería. También me recordó a aquel Simón en el desierto de la película de Buñuel. Encerrado en sus ideas, aupado en lo más alto de su columna, decía cosas que proclamaba por verdades generales, aunque no eran más que escudos para sí mismo. ¿Habrá pensado este hombre en sandías y mandarinas, cocinas y salas con un globo terráqueo, en cómo de grande ha de ser una casa para intuir la distancia de un año luz, de un mes luz, de una semana luz, de un día luz, de una hora luz? ¿Quién carajo te crees que eres en el universo: Don Antonio Escohotado?

Me resultó curioso lo que dijo sobre la utilización de los adjetivos y adverbios en los textos, que según él son sinónimos de mentira o distanciamientos con la verdad. Acusó a Charles Dickens y Carlos Marx de escritores mediocres por ese motivo. Él dice que llevaba doce años ya sin utilizar adjetivos ni adverbios en sus escritos. Vamos a ver. ¿Si yo digo: Estuve en tu casa, es más verdad que si yo digo: Ayer estuve en tu preciosa casa? Según él sí.

Precisamente ayer, y otra vez con mis Juegos Literarios, me salió un texto de Charles Dickens. Y me hizo mucha gracia cada vez que me topaba con un adjetivo o un adverbio en el texto. Me acordaba de Antonio Escohotado. No sé, si yo no viniese de la lección del filósofo a lo mejor esos adjetivos y adverbios me hubiesen pasado desapercibidos, como en cualquier lectura normal. Pero lo quisiera yo o no su lección me había influenciado, y cada adjetivo o adverbio ahora estaban más presentes, más llamativos para mí.

Con esto vengo a decir que el mismo filósofo estaba pecando de aquello que criticaba. Si los adjetivos y adverbios influyen en el sentido de encauzar a otros por caminos subjetivos, las críticas filosóficas también lo hacen, y utilizando adjetivos, porque ¿qué es mediocre, gramaticalmente hablando, sino un adjetivo?

Es que es normal que la mayoría de los filósofos acaben medio locos o locos del todo. Es que la verdad es inmensa, como el espacio infinito, para querer atraparla y defenderla.

Pero sobre todo intentemos ser humildes, Don Antonio Escohotado, intentemos ser humildes. Y si quien está ante ti, aparte de estar como un tren, ha osado y sin esfuerzo estar a tu altura, admítelo, sé tú principalmente todo lo objetivo que le pides a los demás para depurar la verdad. Bájate de tu columna. Pisa la tierra común de todos. Vuelve atrás de tus delirios irrefutables. Recapacita. Y como diría Machado ”Tu verdad no, la verdad. La tuya guárdatela."

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