Consciente soy,
desde esta abierta ventana
al pueblo (apenas se
vislumbran ahora
las siluetas de los tejados del fondo
entre la débil palidez de las farolas
frente a las altas,
majestuosas, brillantes estrellas) de que
en cientos, miles de lugares
de la Tierra,
en este preciso instante, el tiempo está precipitándose lenta y solitariamente
sin ojos que lo contemplen
-igual que hojas marchitas
de calendarios
sobre las losas frías y polvorientas de una mansión deshabitada- sobre las frías losas
del olvido.
Porque uno a veces tiene consciencia
de las cosas,
se detiene (inútilmente, ya lo sé) y escribe:
"te vi hace un momento. Toda poesía se empequeñece ante ti. No hay teorema que calcule el azimut entre tu nariz y esa luna en Sagitario. Mueve otra vez así tus pestañas y mudarás la trayectoria de ese meteorito", porque (repito) uno a veces tiene consciencia
de las cosas
puede sentirse angustiado,
y maldice la vacua ociosidad de las tardes de domingo,
y se miente a sí mismo,
y sueña
con futuras alegrías que endulcen
los días de otra semana que comienza
a partir de ya,
y trata de olvidarse de todo,
incluso del tiempo precipitándose lenta,
solitariamente
sobre aislados lugares
ajenos por completo a unos ojos
que contemplan ociosos
tejados en penumbra
o una boca que andará bostezando
frente a un programa culinario.
martes, 4 de diciembre de 2018
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