AMORES CACTUS VS. AMORES DE CHARCA O DE RIBERA
Se dice que el amor es como una planta que hay que regar periódicamente para mantenerlo vivo. Algunos opinan que ha de hacerse a diario. Yo no soy botánico, ni pretenderlo deseo; yo no quiero entrometerme en el jardín acotado de la prole de Linneo. Pero sí soy de la opinión que se debe ser preciso en el hablar, y más si es un dictamen o un dogma o una ley o una teoría o un axioma (falsable o no), lo que expresar se quiere. Por eso, cuando se habla de plantas, hay que conocerlas primero, estudiarlas, saber sus características, en qué condiciones climáticas suelen vivir mejor, porque no es lo mismo un nenúfar que una chumbera, ni un perejil es igual a un edelweiss. Entonces, retomando el paralelismo entre amores y plantas, hay amores tan pesados (tan pesadas), que necesitan ser regados a diario, y que sí, que vale, que yo eso no lo discuto, pero tampoco se me podrá discutir a mí, que hay otros amores que están en el extremo opuesto, que si les dices de continuo te quiero o qué bonitos ojos tienes o me embruja cuando en la noche borda la Luna con hilos de plata ese ajuar que es tu pelo, si eso se lo dices día tras día, acaban por encharcarse, por anegarse, por ahogarse y mustiarse, por marchitarse, por fenecerse, por abolirse y descomponerse. Por ello es preciso estudiarlos previamente, investigarlos, porque podrá suceder aquello de: con menos besos se apaña una. Y será luego cuestión de alargar los periodos entre regadíos, amoldarse al húmedo paradigma que cada planta precisa. Que amar no es cualquier cosa, ni a la ligera ha de tomarse. Que es mejor, por ejemplo, sobre un Árbol de Josué o Yucca brevefolia, en mitad del desierto, un chorreoncito, muy de cuando en cuando, de un "me gusta cuando el sol al atardecer, sobre tu piel, dibuja jeroglíficos de escuetas líneas con fibras de pan de oro que yo descifro con la ciencia de mis labios", que la embriaguez continua rutinaria diaria jartona y empalagosa de un vulgar: "pienso en ti cuando veo mi reflejo solitario frente a los escaparates de las mejores tiendas de Les Champs-Elysées, o los de Vía Veneto, o los de Notting Hill, o los de Hollywood Boulevard, porque tú y yo, bien lo sabemos, semos más de mercadillo y de bulla y tarascá y vocerío de un ¡todo a cinco euros!, ¡a cinco euros!, ¡a cinco euros!", sobre un sauce llorón, por ejemplo, o sobre una adelfa, o sobre una zarzamora, o sobre una hierbabuena, o sobre el río Kwai, o desde los Puentes de Madison, o sobre el Miño el nombre y el Sil el agua, y hasta aquí, y ya vale, y ya termino.
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