En el patio de la casa de la abuela
hay un lebrillo.
Es muy antiguo.
Silencioso y desconchado, apoyado, de pie, sobre unos basamentos metálicos y negros, adorna el patio desde un rincón en sombra.
Parece objeto muerto, pero cuando lo miro
sé que está vivo,
porque me habla.
En su fondo hay un enigma:
es una fina línea en espiral, que va desde los bordes hacia el centro. O tal vez viceversa.
El alma del alfarero que produjo ese lebrillo, y mi alma, se parecen mucho.
Por el lebrillo escucho palabras e intenciones de otros viejos estares en el mundo, bastante parecidos al mío.
sábado, 3 de agosto de 2024
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