Tengo una gata que tiene ya sus años, más de una década. Es arisca y vive en los tejados de mi taller. Es nieta de una gata que me regalaron. Murió su abuela, murió luego su madre, y murieron después sus hermanos. Desde aquí, desde donde escribo, la estoy viendo: sobre el tejado, echada, no sé si está dormida o simplemente pensando. Jamás se dejó acariciar. Le doy de comer y de beber como si fuera una presidiaria, pero porque ella lo quiere así: desde lejos, con distancia. Fabriqué una escalera de madera sólo para eso, para subir a darle su comida y su agua. Sólo baja a los patios cuando yo o ningún perro esté. Su mayor parte del tiempo se la pasa ahí, en los tejados, aislada, solitaria. Así prácticamente desde que nació. Si cuando subo las escaleras para alimentarla, nos miramos, me enseña los dientes, gruñe amenazante. La maldigo entonces, la insulto. Por eso le puse de nombre "Estúpida". Pero si las veces que llego al taller, y no la veo, o no escucho sus maullidos para que le dé de comer (porque para eso sí que me busca), me preocupo. Me pongo en lo peor: ya me la han matado. Una vez, hace años, al pie del moral vi que se movía algo. Era otoño y el árbol se iba desprendiendo de sus hojas. Eran sus hojas lo que se movía en el suelo. Pero debajo de ellas era un gatito el que hacía moverlas. Estaba como recién nacido. Un biznieto de aquella gata mía. Un hijo de Estúpida. Lo devolví al tejado. No volví a verlo. Si mi gata fuera mujer hubiese valido para filósofa o para monja eremita. Su única compañía es su soledad, y no quiere otra, y aún más desde que la naturaleza le caducó la libido. Muchas veces, como hoy por ejemplo, al verla así, tan ensimismada, se me disparan los interrogantes y los misterios: ¿es feliz mi gata? ¿en qué cosas pensará, tantas horas, tantos años ya así, siempre así? En términos gatunos mi gata es ya una anciana. Tal vez por eso cada vez la sorprendo menos en tierra. Normal que le cueste ya trepar por el tronco del moral para aislarse en su mundo solitario. Creo que ya ni caza gorriones, porque raro es el día que no me pide comida o agua, aunque siga igual de arisca. En fin, es su vida y su condición natural ser así. La respeto. Pero ni por ser vieja se ablanda. El día que deje de escucharla definitivamente, espero no conocer entonces cómo es el tacto de su pelo al cogerla para enterrarla, porque lo que es en vida todavía está por estrenar el capítulo de caricias. Una pena, aunque a ella le importe una mierda. Ya me tienen que gustar los animales para querer, y no poco, a uno así. Me gustaría hacerle una foto cercana para mostrárosla, pero temo que se me avalance a darme una gafañá. Es hasta bonita, vivo ejemplo de la metáfora "ojos de gata", porque preciosos los tiene, mi Estúpida de mi alma.
miércoles, 24 de septiembre de 2025
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