Comenzaba con medio sillar visible,
terminaba en tres,
tras una veintena de metros.
Así era la base
de la pared posterior
de aquella iglesia,
justo al inicio de la ladera.
Ladera que al otro lado del camino
circundante del templo
caía medio en picado,
sombreada por altos pinos
inclinados hasta el grito de asombro,
fruto de la gravedad y de los fuertes vientos.
Si una piña caía,
rodaba hasta las tapias del pueblo.
Reclinado, una mañana cualquiera,
sobre las longevas piedras
del eclesiástico muro,
Arsenio escribía como el que ora:
No estés lejos de mí mucho tiempo.
La tierra, más allá del sendero,
es peligrosa.
Desde mi alto árbol inclinado,
fruto de la gravedad y de los fuertes vientos
temo caer y rodar como una piña.
Al pie de las tapias del mundo,
no habrá quien mi comprenda.
Salvo si da la tapia a tu casa.
sábado, 2 de mayo de 2020
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