martes, 21 de octubre de 2025

 Escribir, y el viento, 
son cosas muy parecidas.
O al menos en algún momento.

Pasa el viento por la puerta 
de un tanatorio repleto 
de coches aparcados,
sobre los techos y sobre los capós
de esos vehículos, sobre los 
parabrisas de esos mismos vehículos,
sobre los fumadores del exterior, 
que suelen ir a lo suyo; 
pasa el viento por la puerta 
de la iglesia de las lágrimas 
y por palomas indiferentes 
sobre los tejados aledaños,
acostumbradas al estruendo 
de las campanas; 
pasa el viento por la puerta 
de cualquier cementerio 
como por las ramas 
del erguido ciprés delantero,
cuando ya se fueron todos, 
y aún está fresco el yeso.

Escribo para ser como ese viento:
pasar como lo hace el viento 
por la puerta de todas las cosas,
a través, por encima, por debajo,
por el lado de todas las cosas.
Alcanzar ese punto.
O al menos en algún momento.

Pero no puedo.

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