Escribir, y el viento,
son cosas muy parecidas.
O al menos en algún momento.
Pasa el viento por la puerta
de un tanatorio repleto
de coches aparcados,
sobre los techos y sobre los capós
de esos vehículos, sobre los
parabrisas de esos mismos vehículos,
sobre los fumadores del exterior,
que suelen ir a lo suyo;
pasa el viento por la puerta
de la iglesia de las lágrimas
y por palomas indiferentes
sobre los tejados aledaños,
acostumbradas al estruendo
de las campanas;
pasa el viento por la puerta
de cualquier cementerio
como por las ramas
del erguido ciprés delantero,
cuando ya se fueron todos,
y aún está fresco el yeso.
Escribo para ser como ese viento:
pasar como lo hace el viento
por la puerta de todas las cosas,
a través, por encima, por debajo,
por el lado de todas las cosas.
Alcanzar ese punto.
O al menos en algún momento.
Pero no puedo.
martes, 21 de octubre de 2025
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