Esta tarde he vuelto después de varios días a pasear por el cerro de mi pueblo. Me detuve ante un pozo antiguo, que no estaba visible antes de 2004*, cuando fue descubierto. Actualmente el pozo está techado y protegido con una cerca metálica. Tan protegido está que realmente no se puede ni ver bien el pozo, sólo una rejilla que lo tapona, y unos escalones en espiral esculpidos en la piedra, descendentes hacia la misma boca del pozo. Un pozo que al parecer no es pozo, sino aljibe, un depósito para aguas vertidas en él, pero no manantial. Al lado hay un cartel explicativo. El pozo, o algibe, tiene nombre: se llama Pozo Airón. Airón fue un dios autóctono de estos lares antes de la conquista romana, y era el dios de la vida y de la muerte, el dios de las profundidades sin retorno, el dios del mundo y del inframundo. Así más o menos lo explica ese cartel. Se dice ahí también, en el cartel, que el pozo tiene unos cuarenta y cinco metros de profundidad, aunque puede que tenga más.
A veces uno piensa mucho en el futuro, pero yo siempre tuve mucha curiosidad por el pasado. Ya conté por aquí mi infantil afición a la arqueología, que me costó más de un disgusto, a mí y a mi primo y a su madre mi tía. Mirando hoy aquel pozo no pude contener mi imaginación, que se me disparaba. Pensaba en los tiempos en que aquel pozo era útil, en quiénes lo usarían, en qué lenguaje hablarían, qué ropas tendrían, cómo sería todo ese entorno entonces, qué viviendas habría. ¿Viviría ya por allí un antepasado carnal mío? ¿Un retatararetatarabuelo mío? Qué alegría notarme aún estas magias mías, idénticas a cuando era niño. Son como imperecederas, inalterables. Así de igual pensaba cuando de niño miraba los restos de construcciones antiguas del cerro de mi pueblo, hasta sigo haciéndolo igual que entonces, siempre con un perro conmigo, hoy es perrilla, mi Anne, mi chihuahua. Qué bonito lo veo ahora mismo. Me comparo con esa roca negra a la que los musulmanes circunvalan, la Kaaba creo que se llama. Más allá de esas más profundas magias mías, todo en mí es mutable. Hay un centro en mí que no cambia. Una Kaaba. Alrededor todo gira y es alterable.
Llevo muchos años ya con esto de la escritura, pero muchas veces pienso que no logro evolucionar. Cuando paseo por mi cerro a mí me encantaría reflejar con palabras exactas esa sensación que sólo ahí alcanzo a sentir. Cuando voy andando y miro los antiguos muros, los conventos, la iglesia de Santa María, siento algo que me encantaría que no fuese tan inefable ni yo tan torpe para decirlo. Intelijencia: dame el nombre esacto de las cosas, que mi palabra sea la cosa misma... Decía Juan Ramón Jiménez. Si él que alcanzó tan alto se lo suplicaba a sí mismo, qué puedo esperar de mí.
Si alguien me preguntara: ¿Podrías definir en una sola palabra ese sentimiento tuyo allí? Y aunque mi "intelijencia" es la que es, y posiblemente no dé con esa palabra "esacta", más o menos vendría a responder que esa palabra es: despreocupación. Y afinando más el término cambiaría el prefijo des- por otro más "esacto": apreocupación, si es que existe esa palabra, y si no existe pues dicha está.
• Releyendo este escrito, corrigiendo algunas faltas antes de publicarlo, pienso en esa fecha: 2004. Hace ahora 21 años. Y me ha dado como cierta pena. No sé qué he estado haciendo durante todo ese tiempo, que es mucho tiempo para la vida de un hombre. Por qué lugares anduve tan alejados de mí mismo. Yo frecuentaba anteriormente muchísimo mi cerro. Casi parezco un turista ahora en mi propio pueblo, sin haber salido de él. Se me viene de pronto a la mente la palabra "telúrico", y su significado me está golpeando con puños de luminosidad en mi interior.
Menos mal que sé y puedo escribir. Me desahogo mucho con esto. Lo necesito, como el comer o el agua, como el aire.
domingo, 26 de octubre de 2025
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