La mañana desplegó sus alas
expandiendo distancias
de tiempo y frío,
de espacio y de silencio.
Las horas, o esa piara de ovejas liberada
del establo,
inflándose como globos,
fueron desperdigándose lentamente
sobre los anchos montes,
sobre los altos riscos del día,
paciendo, lentas, distraídas, el cálido
alimento del recuerdo;
abrevando, sedientas, en el agua fresca de la añoranza;
rumiando, luego, ya en la tarde,
bajo las amplias sombras del amor que,
como río ante una pared de roca
impermeable, sumérgese en la tierra, y terco, obstinado,
nunca interrumpido,
su curso continúa subterráneo,
y emerge otra vez
allá adelante,
superado el obstáculo,
de nuevo alegre,
rutilante y sonoro,
brioso e indomable,
bajo los templados rayos del sol
que paciente lo esperaba.
La noche, o ese buen pastor,
silbó entre las montañas.
Ellas, las horas, obedientes,
comenzaron a agruparse, descendiendo
cañadas, cruzando arroyos, buscando las
veredas del retorno
camino del refugio (tu corazón),
del pesebre (tu palabra),
del descanso (tu pecho),
y del sueño (tú completa).
lunes, 14 de enero de 2019
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