Cuando llego a mi infierno
siempre estás en la puerta
prohibiéndome el paso.
Eres tú quien consigue
devolverme a los pájaros,
a la noche estrellada,
al limpio manantial,
a bucólicos prados.
Cada mayo es la ofrenda
que yo te doy a cambio.
Muchas mañanas tengo
en que ya ni desayuno.
Porque mi hambre es de otra cosa.
Ningún panadero o pastelero
puede ofrecerme
el olor único
de aquellos marbellones, gitanillas, jazmines de mi infancia.
Tan sólo algunas veces
volví a encontrarlo
en tus labios,
y me sacié con ellos.
Pero el hambre se repite a diario como el sol o la luna.
El hambre es incesante como el mar
o la perpetua probabilidad
de estar a punto
de que se desencadene otra guerra.
Y tú también te me has vuelto lejana.
Como la paz sin miedos
o aquellas macetas de mi infancia.
Villancico de Juan Del Enzina
(hacia 1496)
Oy comamos y bevamos
y cantemos y holguemos,
que mañana ayunaremos.
Por onra de Sant Antruejo
parémonos oy bien anchos,
embutamos estos panchos,
recalquemos el pellejo:
que costumbre és de concejo
que todos oy nos hartemos,
que mañana ayunaremos.
Onremos a tan buen santo,
porque en hambre nos acorra;
comamos a calca porra,
que mañana ay gran quebranto.
Comamos, bevamos tanto
hasta que nos reventemos,
que mañana ayunaremos.
Beve, Brás, más tú, Beneito,
beva Pedruelo y Lloriente,
beve tú primeramente,
quitarnos has deste preito.
En bever bien me deleito,
daca, daca, beberemos,
que mañana ayunaremos.
Tomemos oy gasajado,
que mañana vien la muerte,
bevamos, comamos huerte,
vámonos cara el ganado.
No perderemos bocado,
que comiendo nos iremos,
y mañana ayunaremos.
A diario voy perdiendo alguna cosa.
Unas porque se me mueren, y otras porque se me marchan. Y a veces no hay lugar
para enterrar tanta lágrima.
Yo quisiera ser cántabro, o de Zamora,
astur o leonés,
de Palencia o navarro.
De allí donde las cosas son de piedra,
y además tan bellas.
De allí donde las cosas tanto duran,
como si fueran eternas.
Mi sur también es bello,
no lo niego.
Pero inconstante y pendiente de la ruleta del tiempo, todo el tiempo.
La vida no vale nada ciertas veces
por las tierras del sur. Os lo juro.
Yo amo mucho a la vida.
Y yo no quiero una vida de feria y de artificio y de rocío que el sol con mínima fuerza evapore.
Yo quisiera ser capitel o canecillo
de una sencilla ermita románica,
perdida entre montes y olor a espliego.
Yo quisiera enfrentarme a la muerte
con grotesca expresión en mi cara
labrada sobre material granítico.
Yo no quiero ser fuego en verbena,
sino piedra con arte en el tiempo.
Tengo una gata que vive en los tejados.
Hace años que mi gata vive en los tejados.
Ya ni recuerdo si alguna vez la vi pisar el suelo.
Mi gata me maúlla desde sus tejados al oírme llegar, y yo le ofrezco agua y alimento subiéndome a una vieja escalera de madera.
Mi gata es huraña, y por mi mano al menos nunca permitió ser acariciada.
Pero mi gata me maúlla si me escucha llegar, y yo le doy su alimento y su agua.
Si algún día no la escucho maullar cuando llego, siento un vacío, o más bien un dolor.
Mi gata es huraña, pero sus maullidos son la única cosa capaz de llenarme ese vacío o quitarme ese dolor.
A veces me paro y me siento
a contemplar nuestras artesanías,
como si me parase y sentase a contemplar un alfarero pringado de húmeda arcilla frente a su torno de pedal, o un herrero en la fragua que el fuelle incesante invoca.
A veces me paro y me siento
a mirar las maravillas que tú y yo en unión creamos con el barro y el hierro de nuestros corazones.
Esta tímida luz apenas perceptible,
pequeña resonancia rutilante
abriéndose camino entre las grietas
de las altas murallas de un amor derruido.
Este eco apocado, silencioso,
vestigio arqueológico de un tiempo
mejor iluminado y más sonoro.
Este herido soldado
surgiendo de repente entre las llamas
no dando por perdida la batalla.
Este lobo amansado, vestido de cordero,
(que aúlla ciertas noches, yo lo escucho,
con hambre de tu piel y de tus besos).
Esta huella en el aire (yo la huelo)
tiene olor a té verde y a jazmín.
Esto que, sencillamente,
ahora titulamos de amistad.
TODA VÍA ES BUENA TODAVÍA (entremés en dos actos)
Acto primero.
Esta tímida luz apenas perceptible,
pequeña resonancia rutilante
abriéndose camino entre las grietas
de las altas murallas de un amor derruido.
Este eco apocado, silencioso,
vestigio arqueológico de un tiempo
mejor iluminado y más sonoro.
Este herido soldado
surgiendo de repente entre las llamas
no dando por perdida la batalla.
Este lobo amansado, vestido de cordero,
(que aúlla ciertas noches, yo lo escucho,
con hambre de tu piel y de tus besos).
Esta huella en el aire (yo la huelo)
tiene olor a té verde y a jazmín.
Esto que, sencillamente,
ahora titulamos de amistad.
Acto segundo.
Quizás hemos caído de repente
en un trato servil y comercial,
en el cordial saludo con membrete fecha y sello de una carta oficial.
Quizás nos hemos vuelto (ya sé que por necesidad)
demasiado burócratas para con nuestro afecto.
Pero estamos en pie, todavía, sobre océanos de sol
cuan buenamente inventamos,
de continuo y unidos aún hacia la orilla
de nuestra codiciada Ítaca.
Y qué lindo y qué Benedetti es saberte ahí, todavía.
Yo componiéndote versos, todavía, y tú, todavía, tejiendo cotas de malla contra mis desdichas.
ALLÍ
Donde nadie me ve,
donde nadie me oye.
Allí, donde tanto te lloro,
qué amplitud de significados,
qué abismo de comprensiones,
qué lejanas las dudas.
Lugar que tanto temo,
y que a la vez tanto añoro.
Allí, tan girasol.
Allí, tan golondrina mutilada.
Allí, tan grande;
allí, tan vida.
Pero qué soledad.
Desesperadas mis manos
van al aire que ocupabas,
sin admitir su orfandad.
Me estoy secando tanto,
que si digo ilusión
el viento me responde
pavesas de rastrojos.
Me estoy perdiendo tanto,
que si digo montañas,
manantiales, almendras,
el limbo del presente
aprieta mi garganta,
y apenas si consigo
componerme inocentes
figurillas de vaho
en los turbios cristales.
Pero si digo amor,
tu nombre, cierta fecha,
retoño y me reencuentro.
Y como el viejo cuento
de las judías mágicas
gigante enredadera,
loca de primavera,
crece tras mi ventana.
Existo tras tu espalda
como un ser invisible,
como un viento apacible
que acaricia tu nuca.
Distraída pareces
en recuerdos antiguos.
Son canciones lejanas
que soplo en tus oídos.
Si acaso te giraras,
mi alma encontrarías
libando en tus lunares
como una mariposa.
Pero tú no me ves.
En aires de jazmín
y en el agua más clara
aprendí a diluirme.
Dicen que una hormiga se extravió
en la frondosa espesura
de la rama de un árbol.
Allí enloquecía de soledad y desamparo.
El tronco se convirtió para ella
en un lugar soñado,
pues por más que lo perseguía y buscaba
la selva de hojas le impedía alcanzarlo.
Una tarde de tormento
cerró sus ojos doloridos por el llanto,
y se dispuso a pensar con el corazón,
pues su cerebro estaba agotado.
Y pensó y pensó solamente amando.
Y le ocurrió algo así como sagrado.
Allí dentro de sus ojos halló una luz,
luz que iluminaba un mapa,
mapa que era el dibujo de aquel árbol.
Memorizó la hormiga aquellos trazos.
Y caminó con los ojos cerrados.
Y al abrirlos hallose en tierra firme,
liberada de aquel maldito árbol,
junto a los suyos, junto a los seres
que en su corazón vio que habitaban.
Así fue la verdad de esta historia,
aunque parezca tan mágica.
LO QUE ME PASA
Cómo hacer entender que hay un mar invisible
en las plazas antiguas, en columnas de piedra,
en paredes de cal, en estatuas de mármol,
mosaicos de cerámica vidriados en Triana.
Cómo hacer entender que lo de allí
es un líquido aire,
una especie de espíritu Neptuno,
un tritón con escamas que a unos ojos hundidos
en espesas nostalgias los reflota y rescata.
Cómo hacer entender lo que me pasa cuando esa fuerza acuática me alcanza,
a paso de relámpago, brillante luz solar
resbalando por sus trenzas de algas.
Cómo hacer entender cómo mi carne
pierde peso al instante,
cómo agita su pulso adormecido
y se transforma,
se torna inmaterial,
apenas si es un trozo de madera
que vuelve a resurgir de entre las aguas.
Y mi alma, ya hermanada en los siglos,
desligada la red y todo ancla,
respira libertad por cada branquia.
Cansado, te has sentado sobre un banco
al borde del camino.
Es un camino en altura,
y estrecho,
de escaso tránsito.
Tan cerca estás de las nubes,
como del valle y los humanos.
Si un balido alcanza tus oídos
ya no sabrás discernir entre la realidad y tus recuerdos.
Si un amasijo de plumas sobrevuela por encima de tu cabeza,
tal vez desearás, más que nunca deseaste,
ser pájaro.
Alcanzar por fin la cima, ágil y rápido, como las olas de los océanos.
Mientras tanto aún te asombras de la fuerza de las flores que crecen en los barrancos,
su condición telúrica en extremo, el afán de sus raíces, la delicada belleza de sus pétalos. Todavía para ti. Llenas de rabia y amor. Como tú, aún viviendo. Como tú, ignorando el tiempo. Como tú, tan joven y tan viejo. Como tú, sentado, cansado sobre el banco, entre azules y verdes, del negro al negro atravesando la fugacidad del blanco.
CÓMO ES DE DULCE EL RECUERDO, QUE ES AMARGA LA VERDAD. CUANDO TODO SE OSCURECE, SIN EL RITMO DE TU LUZ.
Tengo las uñas crecidas hacia adentro
de tanto trepar vertiente abajo.
A mi espalda sujeto un paraelevaciones,
porque el cielo que procuro está en lo hondo.
Me visto para bañarme y me arropo con hielo en el invierno.
Me como el pan con cuchara, los gazpachos a mordiscos.
Soy el morisco cristiano que a Buda ofrenda jazmines.
Todo al revés, todo mezclado y confuso.
Soy como veleta bien engrasada en la espadaña de los mil vientos.
Pero a veces vienen a mí y se me posan golondrinas, que son unas aves extraordinarias, intrépidas en su vuelo, y les busco con ahínco y apresura su palabra correcta, como quien da su vida por indicarles el camino exacto a los peregrinos perdidos en una encrucijada de caminos, como el sembrador nieto de los antiguos abuelos pobladores de la tierra, que mi palabra lleven en sus picos igual que semillas longevas, que yo haré multicolor tapiz sobre el suelo retráctil de mi memoria con las hebras sagradas de sus sombras.
Me dicen mis cercanos que gasto mucho frío últimamente. Será porque es invierno o que ya pocas cosas me calientan. Será que estoy llegan...