Me imagino que no seré el único, que hasta puede que sea normal para cualquiera: soñar despierto. Pero no sueños en el sentido de anhelo, de deseo de algo; sueños más bien extraños, sin sentido (al menos aparentemente), como visiones, como estampas o a veces una secuencia desarrollada en imágenes consecutivas. Si hay una razón para ello, primeramente la desconozco, y segundo no me interesa. Sé que a veces me ocurre, y a veces también es tan bello lo que sueño despierto que de seguido siento un impulso a expresarlo con palabras por escrito.
En este sueño, que me ocurrió creo que hace dos días pero hasta ahora no he podido ponerme a escribirlo, yo caminaba por una vereda junto a una tapia muy larga. La tapia era más alta que yo, de manera que no podía ver lo que hubiese por detrás de ella. Era una pared encalada, con pilares delgados de hormigón cada cierto tramo. En uno de esos tramos de pared faltaba un ladrillo. Por ese hueco me asomé y vi un campo con árboles, no sé si olivos, porque su tamaño era mayor; tampoco eran encinas, porque las encinas no se plantan en hileras, y esos árboles sí lo estaban. Era de noche, en el cielo había luna llena, muy blanca, pero no muy luminosa, porque había cierta neblina, cierta bruma, y grandes nubes negras alrededor de la luna. Aquella luz lograba muchos matices de colores azul oscuro hasta el negro pasando por diferentes tonos de grises. Ya no hubo más visión ni ocurrió nada. Pero impactaba aquel colorido entre campo y cielo gracias a la luna y a la tímida bruma. Más que impactar, serenaba. Cautivaba al contemplarlo.
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