lunes, 20 de enero de 2020

Cultivo nadas. Siembro, cuido, recolecto, me alimento de nadas. Pero incluso hasta esa tierra inexistente de mi huerto invisible de nadas se agota, y hay que dejarla en barbecho para que se recupere y pueda seguir produciendo mis suculentas cosechas de nadas. Y es en esas temporadas de descanso de mi huerto cuando peor lo paso, pues suelo devorar todas mis nadas, no soy de guardar mucho para cuando no tengo nadas, y ando tirando de recuerdos de viejas nadas con los que engañar mi apetito de nadas. Pero mi huerto siempre vuelve a producir. Debe tener buena tierra. La he sentido abrirse esta madrugada de insomnio, aparecer nuevos brotes, tiernos, verdes, vigorosos. Uno por ejemplo decía algo así como: "molino herido de lanza reclama su merecido lugar en la historia", que no necesita crecer más, así de pequeña ya me aporta un alimento enorme. Luego apareció morfeo, que sí he tenido que regarla, tutelarla, abonarla, hasta conseguir el tamaño que requería. Y con ese par de plantitas hoy por ejemplo ya sé que no me voy a morir de hambre de nadas. Estoy bien comido. Y sobre todo, la felicidad de saber que mi huerto vuelve a producir, que veo que sigo siendo el mismo.

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