Con tanta lluvia (tanta por lo menos por aquí) mis patos están encantados. En los charcos del patio alguno he visto intentando nadar, pero hay más cuerpo que agua. Me da pena, tengo que conseguirles una bañera, un barreño, un recipiente suficientemente grande con agua para que puedan nadar en él. Sé que lo necesitan, que forma parte casi imprescindible de su estar en el mundo. Si por mí fuera los dejaba libres, los llevaría a un lugar con mucha agua y naturaleza donde pudieran vivir sin cortapisas de ningún tipo. Pero sé que no lo haré. Quizás mi amor les hace daño, mi protección les desprotege. Si un día me faltaran... El otro día me fijé en uno de ellos. Había llovido un poco. Algunas pequeñas gotas de agua aún estaban sobre el plumaje de su lomo. Era un espectáculo contemplar aquello. Por mucho arte que el hombre consiga, me parece que nunca podrá ser igual a lo que es ya arte en sí mismo, como esas gotas minúsculas y transparentes, tan delicadas, tan brillantes sobre unas plumas ya de por sí supremamente artísticas, con tanto colorido, con tanto color además poco común. Qué sería de mí sin mis patos. Y los que es peor: qué sería de mis patos sin mí. Sé que estoy en un dilema, una duda que me duele: ¿cómo serían mis patos más felices: libres o en mi patio? Domesticar animales no es cualquier cosa; sé que de ello dependió en un momento de la historia la supervivencia humana; quizás soy un burgués melancólico y soñador y lo que me duele tanto no es más que cierta parcela de mi burguesía de la que por cobardía no soy capaz de huir. Puede que mis patos no tengan este comecocos mío, que son patos sin más, con sus necesidades fisiológicas, instintivas. Pero yo soy hombre, es decir razono, y mi dolor es un subproducto de ese razonamiento, una consecuencia de la razón más que del instinto.
viernes, 21 de noviembre de 2025
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