domingo, 18 de noviembre de 2018

A ti una vez en tu cartera te quedaban diez euros. Yo perdí hoy la cartera en la que me quedaban también diez euros.

Bueno, en verdad un poco más me queda
en una caja de cartón, que es más bonita
por fuera que por dentro. Está pintada a cuadros, divididos por finas y distintas paralelas de color, y cada cuadro también es de un color distinto, aunque todos sus colores son suaves. Al verla me recuerda a esos manteles donde las familias comen reunidas y deben ser felices.

Ahora me pregunto qué es eso de ser familia de alguien. Imagino que se trata de tener entre ambos cierto vínculo de sangre. Pero, tú y yo que venimos (supuestamente) de distintas sangres: ¿por qué tu sangre me resulta tan familiar?

Con la cartera, aparte de los diez euros y alguna calderilla he perdido también mi carnet de conducir y mi DNI, así que ahora mismo me siento un poco ente ficticio que no puede llevar su coche. Ni soy ciudadano ni puedo conducir, que es casi lo mismo que no existir en estos tiempos tan modernos (mi corrector ahora al escribir la eme me sugirió mierdas); también mi tarjeta de crédito, que tampoco sé si es de crédito o débito. El caso es que quien la encuentre me parece que le va a servir de poco porque lo más seguro es que una vez que la injerte en el cajero éste no se la devolverá debido al alto valor que está adquiriendo en los grandes mercados financieros mundiales el material con el que están fabricadas estas tarjetas.

También he perdido varias estampas religiosas que llevaban conmigo muchos años, y un sobrecillo vacío de azúcar, de esos que llevan escrito una frase filosófica que ahora mismo no recuerdo cómo decía por culpa de esta crisis mía existencial debida a la pérdida de mi cartera.

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