domingo, 25 de noviembre de 2018

EL ANIMAL Y LA FLOR

Yo era indefenso animal
viviendo en la tierra yerma,
ávido de agua y su corriente.

Atrofiado, nostálgico infeliz,
cierto día me prendí
de una belleza.
Yo náyade la creí
que entre ondas se movía,
y no era más que una flor
que un viento suave mecía.

De pronto me volví pez,
loco pez enamorado,
sin agua, sin corriente, sin
náyade, pero distinto corazón,
de mi anhelo buscador
empecinado. Y fue otra mi
sangre y otros mis ojos.
Y todo tuvo al instante
distinta razón de ser.

Contemplé las mariposas
por el aire y por el monte
al lince, me llené del aroma
de la retama en flor, perseguí
durante el día el rastro de la
lombriz y en la noche el del
murciélago, coroné todas las
cumbres, descendí cada vertiente,
caminé y caminé sin descanso
arrastrando mis aletas por
todos los caminos, por todas
las veredas, por todos los
barrancos. En la delgada
curva de una interrogante
colgué mi hamaca, sobre
su punto descansé mis
membranosos pies. En la
lumbre que otorga cada
atardecer auguraba hidratados
futuros para mis mustias
escamas.

Porque la tierra es seca,
reseca la piel y la sangre,
martiriza al entusiasmo.
¡Si acaso esta lluvia urdiese
algún plan prometedor!

Se abrieron las nubes y de
mis suspiros surgió un arcoiris:
puente de colores bajo el cual
volaron mis deseos cielo arriba
hacia ignotos firmamentos
donde cuentan los chamanes
se administran los sueños y los
destinos.

Soles y lunas y más soles
y más lunas surcaban sin
cesar mi sideral espacio.
Otoños y otras lluvias apenas
inquietaban aquel inhóspito
páramo, donde me hice amigo
de un escarabajo, aprendí a
prender fuego golpeando
pedernal, tejí zurrones de esparto,
y a una escala aproximada,
sobre un monte entre llanos,
con guijarros tracé el mapa
de cada punto de luz
que observaba en todo cielo
estrellado, guijarros que
deslizaba desde un punto
hacia otro lado
en cada estación del año.

Estaba Géminis con Urano
bailando el vals de los
desesperados la noche que
escuché cierto murmullo
extraño. Entre arbustos,
bajo una zarza incendiada,
algo así como un ángel vi,
sin alas, mas con aleta, tal
que yo, hermosa como abril
o la miel de las abejas.     
-Yo soy la que flor fui,
me dijo con voz muy clara,
que en náyade me convertí
la noche en que Aries con
Tauro danzaba la danza
de los bienaventurados.
Desde entonces busco y
busco un animal que en
mi etapa vegetal de mí
se quedó prendado,
y yo de él. Dicen que se
volvió pez, dicen que loco
y errante busca a su náyade
desconsolado.
-Yo soy tal pez, le respondí
entusiasmado. Y tú mi náyade
al fin. Ven conmigo a este otro
lado. Sujetos a un colibrí
volaremos bien amados
hasta encontrar algún río,
buscaremos las cuevas
que hagan de buena casa,
las algas más blandas
para el lecho tierno,
el mejor remanso
para el beso largo.
Y en las noches de luna
entre su luz filtrada
cantaremos la canción
del animal y la flor
que se amaban bajo el agua.

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