miércoles, 14 de noviembre de 2018

DONDE TU CORAZÓN HABITA

Para quererte no hay que subir, nadar a tal orilla. 
Tú me subes, 
rescatas sola y siempre 
desde cualquier estrato de mis residuos subterráneos, 
perdidos oceanos hacia tus pies o playa 
que beso, náufrago
que al fin arena pisa y firme, 
y se yergue sobre sí,
y contempla el escenario, sí, su mundo imaginado 
en tantas noches de vaivén y desvarío, perdida toda fé, toda ilusión,
ante él, cierto como el frío o el hambre.
Lo primero que sanas es mi corazón, 
cascarón de nave donde arden 
tanto sueño derrotado, 
anhelos de alegría y de gloria que a remolinos destrozó la vida. 
Ahí directas cual experta cirujana tus palabras primeras clavas, 
y vuelve mi sangre a fluir y cierta luz 
a modo de actriz secundaria
comienza a tomar protagonismo,
y a su paso
iluminándolo va todo: antigua luminaria y pródiga 
que a su casa o venas vuelve.
Y se me reactivan miembros, vellos, dientes, epidermis; 
ojos viejos que desde la nada 
nuevos vuelven a mirar 
el todo en su comienzo (el descubrir 
es cosa asidua, terca la sorpresa): 
plenitud de verdes 
en las palmeras 
hacia la orilla erguidas, broncos azules de cielo y mar, 
dulce sonoridad de aves 
cruzando altas más allá de las nubes
que hipersensible aprecio,
tal esa levedad en mis articulaciones, 
colisión de huesos 
sobre almohadillas de algodón que a ritmo pausado, 
mas no torpes, luego de años atrofiados 
a su mover ilusionados tornan, 
y cruzan la playa y se adentran
en la oscuridad... que no es bosque 
ni selva, 
sino tu pecho, 
donde tu corazón habita,
y con el mío, 
en uno y sólo, 
ambos se funden.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 Si el poeta se duerme en su palabra, el pueblo al que le canta se empobrece. Si el pueblo se empobrece y adormila, el poeta se agranda, des...