Cuando voy por la tercera hilera de ladrillos, me detengo un momento. Observo la obra. ¿Qué estoy haciendo? Todos perfectamente aplomados, derechitos como una vela, bien nivelados... ¿Es éste el camino? De aquí a nada creo que no oleré a nada. No sé si darle una buena patada a este parapeto que sin convencimiento voy edificando, alzando, donde rebotará mi voz, y acabaré gilipolladamente imbécil, mudo y sordo.
Encapsulado dentro de la cápsula, cada vez más
hacia mi centro, voy gritando
libertad elevada a -1.
Si acaso, de estar encerrado,
quiero estarlo en tus ojos, en tus manos,
en tus labios donde manan palabras
que bebo de buen gusto porque las
necesito, porque
de carne y hueso
al fin y al cabo soy,
mi buena samaritana.
domingo, 18 de noviembre de 2018
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