sábado, 25 de abril de 2020

PELARGONIUM

Un geranio tengo frente a mí, sobre esta mesa en la que escribo, justo ante mi ventana.
Es tan perfecto que parece irreal.
Me dan ganas de hincarle la navaja
y comprobar si sangra.
O ponerme a llorar, por ver si también llora.
Los pétalos de sus flores parecen hechos con tela de seda almidonada.
En su conjunto, es decir entre los tallos con hojas verdes y brillosas, y el puñado de flores de colores rosa y carmesí que coronan la planta, sinuosas como volantes de traje de gitana, me recuerda a los cuadros de Valdés Leal. Hay como un temblor parado en ella, un efecto de ascensión, de impulso a elevarse. Me recuerda también a mí mismo, a mi vida en estos últimos tiempos.

Escribo a intervalos. Unas veces escribo y otras contemplo el geranio. Pienso. Vuelvo a escribir.

En los intervalos de pensar y observar pienso en ti. Y en mí.

Tanto te he amado que me contagié enseñándome a quererme a mí mismo,
justo a tiempo por suerte ahora que no estás como antes.

En ciertas batallas no suenan bombas ni tiros ni hay sangre brotando de cuerpos mutilados. Ciertas bombas son invisibles, y ciertas escopetas. Pero hay explosiones y disparos en los interiores que aunque no se ven, duelen, y dañan, y mutilan, no los cuerpos, sino las almas. Y la sangre quiere salir pero no encuentra puerta. Me siento exactamente como el ruiseñor de Miguel Hernández ahora mismo, cantando encima de los fusiles, y en medio de las batallas.

Esta batalla no sale en los telediarios. Parece como si las cosas para ser reales tuvieran que sonar, moverse, oler, derramar sangre. Mi geranio no suena, no se mueve, su olor es tan tenue que apenas se nota, y no derrama nada, salvo belleza, extrema belleza. Como mi alma.

Lo compré esta mañana en una tienda de piensos. Lo vi y me gustó. Marcos le he puesto de nombre.

Escribo en esta habitación sobre mis cosas. Me siento muy real. Puede que no lo parezca, pero así me siento, tremendamente real. Escucho canciones seductoras que no entiendo sus letras, pero eso no importa. Ciertos lenguajes no necesitan idioma. Y todo está en armonía. Llueve con fuerza, el geranio es impresionante, mis dedos son la puerta para mi sangre que necesita salir, la música es maravillosa. Todo es como un pequeño ecosistema.

Pienso también que hay derrotas que en verdad son triunfos. Porque provocan un estado de lucidez y de emoción difíciles de alcanzar en un existir común. Podría hablarse entonces de la fortuna y gloria del herido, del vencido.

Amarse a uno mismo, de esta forma, es pura necesidad de sobrevivir. Tengo que amarme porque no estás ni estarás. Tengo que amarme porque ya sólo estás en mí. Al quererme te quiero. Al sentirme te siento. Teniéndome te tengo.

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