Venían con la noche
desde lejanos prados,
hacia los frutos rojos
que encandilan las almas.
Su mirada era al frente
o más bien hacia abajo.
Su mirada más bien
era una luz perdida,
una mirada extraña:
era llena de luz,
y una luz apagada.
Venían con la noche,
de la flor del tomillo,
de riberas lejanas,
hacia los frutos rojos
que encandilan las almas,
antes que las estrellas,
de nieve y forasteras,
fulgieran en sus rostros
ajenos desengaños.
Venían con la noche
de los antiguos prados
hacia los frutos rojos.
Bebían y callaban.
Luego marchaban.
Su temple y su mirar los delataba,
su caminar arriero
de quien ya busca nada.
lunes, 13 de abril de 2020
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