Quizás es preferible de esta forma,
dejarlo así, como ausente,
como olvidado, como un recuerdo
borrado en la memoria.
Quizás es lo correcto lo que hicimos,
dejarlo allí colgado sobre un árbol
como un objeto que ya no nos sirve,
y despedirnos de él con cruda alevosía.
Luego marcharnos,
hipócritamente más ligeros al andar,
tú por mi camino,
yo tras tu sombra,
igual que hicimos.
Tú eres consecuente,
yo soy consecuente,
pero la vida es demasiado consecuente
con su aritmética
y a veces debemos calcularnos en la suerte.
Quién sabe.
Tal vez una mañana
de esas en que nos pensamos poco,
seguramente de otoño o primavera,
tú pasando junto al árbol,
yo persiguiendo tu sombra,
nos sorprenda distraídos y nos atraque por la espalda
dejándonos desnudos como un ladrón avaro;
muerto
que de pronto renace
y nos asuste al abrir los ojos
desorientando otra vez nuestros caminos;
caballero medieval
que vuelve del pasado
gritando y reclamándonos con su afilada espada
el reino que fue suyo.
No habrá que luchar, sino rendirnos.
Él se encargará solo
de nuestra reconquista.
Amor lo llaman.
jueves, 2 de abril de 2020
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