Los barcos escasean ya en el puerto.
Las mañanas elevan cada día
murallas de certeza menguando su horizonte.
Cada vez menos barcos en el puerto,
y la sombra acosando lentamente
los últimos reclamos de la luz.
Ha tardado en saber sobre gaviotas,
el profundo silencio cuando cesan el canto.
Ha tardado en saber.
Ahora que distingue el ruido de la música
en cada golpeteo del reloj
desde su última barca sólo quiere
volver a ver en orden las estrellas,
ceñirse al mapa, conciliar el rumbo.
Mas gira su mirada hacia la costa:
imágenes borrosas se pliegan en la tarde
como páginas blancas de libro nunca escrito.
Tan sólo le sorprende el brillo de un rosal
en lejano jardín, un murmullo de esquilas
bajando de los montes, y en la arena,
mientras juega algún perro con las olas,
un niño pide viento que vuele su cometa.
Pequeñas silüetas que va dejando atrás
en su viaje hacia el sol,
remando a contra giro de la tierra.
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