jueves, 25 de febrero de 2021

 Envejecer es desnudar el pan y el aire de todos sus disfraces, es apreciar mejor lo azul del cielo, la calidez de la carne en un simple beso.


Envejecer es cuando toca hacer las paces con el sol, dar gracias y pedir perdón.


Envejecer es "ascender a mendigo", suplicar un poco más de pan, más de sol, cierto abrigo, todavía más libros.


Envejecer es ir haciendo acopio de pobreza.

Envejecer es optar por la más fea, por la más despreciada acepción de las palabras.


Envejecer es dejarse insultar por los árboles y las piedras.


Envejecer duele como la desaceleración de un tiovivo.


Envejecer es tener miedo al marcapáginas de tu mejor novela.


Envejecer es dejarse elevar con el humo del tren que se va, y admitir para luego que aquí nada pasó, que fuimos simplemente un bello sueño de la nada.


Envejecer es evitar un derramamiento de sangre en los eslabones de la cadena que ata el ancla de tu barca a tu ribera.


Envejecer implica incluso darle gracias a la piedra bajo la cual naciste e hizo de ti un espino amarillo, y así confesarás ante la muerte. Que a pesar, y por amor, fuiste pájaro y nube. Y aquí tu corazón lo corrobora.


Envejecer, y a fin de cuentos, es quererse a sí mismo sobre todas las cosas. Dar las gracias de nuevo y volver a pedir perdón. Envejecer es comenzar a marcharse, como se vino, en simple paz, o acaso mejor cantando, ”que hay ruiseñores que cantan, encima de los fusiles", y ante el fatal desenlace de la última batalla.

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