miércoles, 8 de mayo de 2019

AYER EN CALLE TEMPRADO

Era aquel jardín, medio abandonado, alargado aunque de escaso fondo,
antesala de un vetusto edificio. Sobre su fachada, en lo alto, leíase algo de artillería. Una alta palmera me impedía completar con sus ramas el resto de la frase.
Descendí visualmente por su tronco hasta llegar a la base. En ella, ancha y oscura, observé un cordón de ladrillos que la rodeaba, mas casi ocultos y desalineados por la fuerza y el empuje de la madera del propio árbol, enorme ya con los años. No tuvo visión de futuro el jardinero o albañil que construyese aquel círculo de obra alrededor de la pequeña planta, círculo que a mí se me antojaba como una especie de anillo rígido, de grillete, de aro doloroso hincado en el vivir diario de la palmera.

Desde un balcón, irrumpió una saeta. Comenzaba su recorrido El Cristo de las Aguas.
En la penumbra del jardín, un gato bostezaba. Asustado, se perdió entre las plantas.

Perdióse también el Cristo tras la esquina, suave, silencioso, lento, igual que se pierde la vida o el color en los azulejos, como crecen las palmeras o bostezan los gatos.

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