Escribir, y el viento,
son cosas muy parecidas.
O al menos en algún momento.
Pasa el viento por la puerta
de un tanatorio repleto
de coches aparcados,
sobre los techos y sobre los capós
de esos vehículos, sobre los
parabrisas de esos mismos vehículos,
sobre los fumadores del exterior,
que suelen ir a lo suyo;
pasa el viento por la puerta
de la iglesia de las lágrimas
y por palomas indiferentes
sobre los tejados aledaños,
acostumbradas al estruendo
de las campanas;
pasa el viento por la puerta
de cualquier cementerio
como por las ramas
del erguido ciprés delantero,
cuando ya se fueron todos,
y aún está fresco el yeso.
Escribo para ser como ese viento:
pasar como lo hace el viento
por la puerta de todas las cosas,
a través, por encima, por debajo,
por el lado de todas las cosas.
Alcanzar ese punto.
O al menos en algún momento.
Pero no puedo.
Iberia en sepia
martes, 21 de octubre de 2025
lunes, 13 de octubre de 2025
Muda.
Pero yo sé que cantas.
Vieja caja de música:
escondes,
secretamente,
idénticas canciones
que yo también escondo.
Si miro hacia tu base,
retrocedo a los días
de la miel y el espliego.
Si miro a tus ventanas,
la misma luna inmensa
sobrevive.
Si miro hacia tu altura,
las nubes dan la vuelta.
Vieja torre de piedra,
a tus pies todavía canta un niño.
Contigo.
sábado, 11 de octubre de 2025
Normalmente suelo tener más ganas de escribir que de leer. Lo sé porque me observo: al leer siento impulso hacia la escritura, pero casi nunca cuando escribo me dan ganas de leer.
El otro día, en uno de esos periodos de aburrimiento que me produce la dichosa muerte de Artemio, cansado, aburrido como digo, tonteando con el libro, miro la última página. Ya no era una página de la novela, cuyo fin está varias páginas atrás. Es una hoja que puedes recortar (una línea discontinua y el icono de unas tijeritas sobre ella así lo indican), con una serie de preguntas que debes rellenar tú mismo, preguntas referidas sobre qué libro de la colección a la cual pertenece dicha novela te gustaría adquirir, en caso de que tu distribuidor habitual no te lo pueda suministrar. Vienen ahí además unos datos, unas señas, una dirección, un teléfono.
Mi ejemplar está editado en abril de 1981. Ahora lo pienso y me da cierto escalofrío: dos meses antes, quienes ya tenemos una edad, sabemos qué ocurrió por aquí.
Tratando de echarle un pulso a la realidad, y como esa última página me proporcionó un algo que no lo he encontrado hasta ahora en toda la novela, me dan ganas de usar unas tijeras, cortar la hoja, rellenar el cuestionario, guardarla en un sobre, escribir en él la dirección indicada, pegarle un sello, ponerla en un buzón, y enviarla a Barcelona.
¿Y si alguien me contestara? Habrá que poner remitente. Lo pondré. Con mis señas. ¿Qué señas pongo? ¿Las actuales, o las de 1981 (aquí un argentino diría: mil nueve ochenta y uno)?
¿Por qué no soñar? ¿Por qué ceñirse a lo que todos sabemos? ¿Qué sentido tendría vivir entonces? ¿Por qué no hacer el disparate de recortar la hoja, rellenar los datos, enviarla en un sobre? ¿Tiene algún precio esa espera de después, esa ilusión, esa magia de saber si alguien te responderá, un día y otro mirando si el cartero te dejó una carta extraña en tu zaguán?
¿Dónde están los límites de la realidad? ¿Tú los pones? ¿O te los imponen?
Sigo jugando. Rompo fronteras. Me salgo de la linde cruel. Sí. Un día llego a mi casa y veo una carta en el zaguán. La recojo. Viene de Barcelona. La abro. La leo. Está escrita a mano. Su caligrafía es excelente. En cursiva, clara, azul. Perfectamente educado su mensaje. Pero, resumiendo, con una negativa: los libros que deseo ya no me los pueden suministrar; no existen, es decir, que no los tienen. Algo que en el fondo no me entristeció. Yo ya estaba allí, en aquel otro lado. Como lo estoy ahora. No me puso triste porque al final de la carta había un agradecimiento desde su parte hacia la mía por mi confianza, y una firma, y sobre la firma un nombre:... Aquí que cada cual ponga el nombre que desee. Yo tengo el mío, pero no lo diré. Te toca.
Te toca y te suplico que sigas jugando tú también, porque en el otro lado cada vez somos menos, y está llegando el frío, y yo pienso en mis gallinas, que no sé por qué no duermen en los barrotes que les tengo preparados, como suelen hacer las gallinas, sino en el suelo, en un rincón del gallinero, apretujadas las unas contra las otras además de los patos, todos en unión, calentitos, en un lugar como entremedias de realidad y ficción, entre la imposición y el amor, entre la aceptación de mi conducta paternalista y sus deseos de libertad.
miércoles, 24 de septiembre de 2025
Tengo una gata que tiene ya sus años, más de una década. Es arisca y vive en los tejados de mi taller. Es nieta de una gata que me regalaron. Murió su abuela, murió luego su madre, y murieron después sus hermanos. Desde aquí, desde donde escribo, la estoy viendo: sobre el tejado, echada, no sé si está dormida o simplemente pensando. Jamás se dejó acariciar. Le doy de comer y de beber como si fuera una presidiaria, pero porque ella lo quiere así: desde lejos, con distancia. Fabriqué una escalera de madera sólo para eso, para subir a darle su comida y su agua. Sólo baja a los patios cuando yo o ningún perro esté. Su mayor parte del tiempo se la pasa ahí, en los tejados, aislada, solitaria. Así prácticamente desde que nació. Si cuando subo las escaleras para alimentarla, nos miramos, me enseña los dientes, gruñe amenazante. La maldigo entonces, la insulto. Por eso le puse de nombre "Estúpida". Pero si las veces que llego al taller, y no la veo, o no escucho sus maullidos para que le dé de comer (porque para eso sí que me busca), me preocupo. Me pongo en lo peor: ya me la han matado. Una vez, hace años, al pie del moral vi que se movía algo. Era otoño y el árbol se iba desprendiendo de sus hojas. Eran sus hojas lo que se movía en el suelo. Pero debajo de ellas era un gatito el que hacía moverlas. Estaba como recién nacido. Un biznieto de aquella gata mía. Un hijo de Estúpida. Lo devolví al tejado. No volví a verlo. Si mi gata fuera mujer hubiese valido para filósofa o para monja eremita. Su única compañía es su soledad, y no quiere otra, y aún más desde que la naturaleza le caducó la libido. Muchas veces, como hoy por ejemplo, al verla así, tan ensimismada, se me disparan los interrogantes y los misterios: ¿es feliz mi gata? ¿en qué cosas pensará, tantas horas, tantos años ya así, siempre así? En términos gatunos mi gata es ya una anciana. Tal vez por eso cada vez la sorprendo menos en tierra. Normal que le cueste ya trepar por el tronco del moral para aislarse en su mundo solitario. Creo que ya ni caza gorriones, porque raro es el día que no me pide comida o agua, aunque siga igual de arisca. En fin, es su vida y su condición natural ser así. La respeto. Pero ni por ser vieja se ablanda. El día que deje de escucharla definitivamente, espero no conocer entonces cómo es el tacto de su pelo al cogerla para enterrarla, porque lo que es en vida todavía está por estrenar el capítulo de caricias. Una pena, aunque a ella le importe una mierda. Ya me tienen que gustar los animales para querer, y no poco, a uno así. Me gustaría hacerle una foto cercana para mostrárosla, pero temo que se me avalance a darme una gafañá. Es hasta bonita, vivo ejemplo de la metáfora "ojos de gata", porque preciosos los tiene, mi Estúpida de mi alma.
domingo, 31 de agosto de 2025
No todas las distancias son hijas del espacio,
ni todos los cronómetros alumnos del reloj.
En mis labios persisten centenas de kilómetros
de cielos y embeleso, de vuelos de este hoy que es ayer y es mañana,
con su gusto a tibieza, dulzura y cercanía.
Lo amargo es olvidar, lo frío y lo lejano,
lo acabado. Imposibles nociones,
vocablos torpes
desde el punto de vista del tacto de mis labios y su férrea memoria.
Nada muere en verdad en el otoño, ni cierto si algo nace en primavera.
En mis labios se tercia a cada instante
el enorme milagro del ser y del estar
entre lo eterno
si reparo en pensar aquellos besos.
Aquellos besos tuyos.
jueves, 21 de agosto de 2025
Terminó la cosecha. Dentro de la endeble caja de láminas de madera, vacía ya de verduras,
duermen, abrazadas, mis dos gatitas.
El patio es ahora lugar para lo desértico: donde estuvo lo verde, ahora está lo ocre; donde prendió su candela una flor de calabacín, ahora cruje su seco sarmiento; donde habitó lo tangible, ahora prolifera la ilusión del nuevo proyecto, futuras siembras, así como el recuerdo de lo finalizado. Pero también lo es mi patio ahora sitio para el recreo de mis gallinas, que por fin, libres de toda riña, alcanzaron su añorado botín de escarbar en la tierra prohibida.
Mientras escribo, a veces, levanto mi mirada, y enfrente: mi moral, engrandeciéndose en oro, lentamente, con el amanecer. Brilla, moral mío, brilla y sé verde y sé de oro, antes de que el otoño, que está al acecho, te desnude y convierta en vago simulacro de lo que ahora eres, en este mismo instante, frente a mis ojos, ese algo que no sé definir: ¿glauco globo aerostático anclado en tierra? ¿Siempre a punto de partir?, ¿o acabado otra vez de tu regreso? ¿Con qué sueños sueñas tú, viejo y enorme y mudo amigo mío? Dímelo despacito, como cuando te meces tan lento ciertas tardes de calma; dímelo en mi oído falto de ese tipo de secretos, que bien te entenderé.
Húrtole minutos a mi día, a mi vida, para escribir pareceres propios: impresiones cautivas que libero sólo con observarlas, con sentirlas mías, porque qué sería yo entonces sin estos momentos donde el mundo me parece hasta bonito, dulce y apacible, magnético y enamorante, como el soplar de unas velas, sean de tela o de cera, la relectura de un manido libro de versos sabidos ya de memoria, o ese primer bocado a la porción de tarta de mi mismo cumpleaños.
domingo, 10 de agosto de 2025
Habito entre las ruinas de lo que nunca fui. Respiro los retales de un aire imaginado. Pero incesante, en mi centro, este batir de alas: las alas del ensueño.
Tengo más a lo etéreo por materia, que a lo palpable: dichosas mis costumbres de besar a las nubes, de abrazar a la niebla, de escribir poesías sobre la piel del viento.
Tiene la piedra un algo de mi espíritu; como lo tiene el río, con su alargado abrazo; como lo tiene el sauce, con su lánguida pena. Es un algo tendente hacia lo mudo, como un gritar callado, un abrirse hacia dentro, la multiplicidad de lo individuo: me crezco en soledad, me ablando con lo duro.
Mientras tanto, seguiré como siempre: sin comprender el mundo, sin entrar en el mundo. Ese mundo contable, tan de números.
Que yo para contar prefiero los otoños, cada hoja caduca que piso sin querer en mi camino.
jueves, 31 de julio de 2025
domingo, 6 de julio de 2025
Cuando la vida se inclinaba
lentamente hacia el sueño;
cuando las plantas y animales
comenzaban a vivir su diario intervalo
de leve inexistencia,
apareces de pronto
desde un fondo de sombras
con tu ropa de polen,
con tu vestido ingrávido.
Cariátide de azúcar,
sobre tus tibias riberas
soportabas el pasado;
allí, donde tu pelo;
allí, donde mis besos una vez
conocieron las leyes de los vientos.
domingo, 29 de junio de 2025
Yo sé que estás ahí,
como el murciélago en su cueva,
como el molusco está en su concha.
Y sé que aún me acechas,
esperando paciente mi descuido.
Yo vivo mientras tanto ajeno a tu presencia.
Me entretengo en el viento,
en las ondas que traza
en las blandas arterias de mi higuera;
en la tinta y el verso;
en el vino verdejo,
o en la hilera de hormigas laboriosas.
Ya sé que es una tregua lo que a veces me tomo por victoria.
Y sé que estás herida en tu orgullo de fiera dominante.
Cuántas veces pudiste aniquilarme,
cuántas veces me tuve por vencido,
no tanto por tu fuerza,
sino por tu constante empeño
en transformar en humo
cualquiera de mis sueños
si osara tomar forma:
mi anhelo de estudiante,
un oficio discreto de maestro de escuela
en un pequeño pueblo,
por darte algún ejemplo.
En cambio me cambiaste por muñeco pelele en un mundo de fieras,
allí donde lo ingrato
tomaban por escudo en su bandera.
Aunque tú me persigues desde siempre.
Me recuerdo de niño,
llorando en la almohada sin saber el motivo. Me recuerdo solitario y uraño,
tal el que sin saberlo, futuro inexorable dictaba en sus presagios.
Y así fue. Así vivo,
amarrado de lleno y desde entonces
a tu ingrata labor
de expulsarme la gracia y para siempre
de un vivir festejando día tras día
el enorme milagro de estar vivo.
Mas nunca te elegí, sino que fui elegido.
Y aún hoy no te elijo, sino que sin remedio, amarrado de lleno como digo
a tu hiriente colmillo de sierpe traicionera,
en momentos cruciales y fugaces,
ignoro tu presencia como si no existieras,
tal si nunca te hubiese conocido.
sábado, 14 de junio de 2025
viernes, 23 de mayo de 2025
Ya pardean las hierbas de mi patio. Sólo ya de verdes vivos: mi puñado de árboles, con mi naranjo irreductible, con mi higuera dulce, con mi hirsuto azofaifo, la buganvilla, y mis rosales, y mi hierbabuena. Toda mi pequeña huerta.
Sobre las cañas, donde los pimientos y las berenjenas, se ha posado un jilguero, fugaz, como grano de nieve en la mano de un niño.
Cuánto rojo y amarillo ardientes, de pronto, en la mañana gris.
Pero mayo, como el jilguero, es ya un suspiro. Los fríos se encomiendan a sus dioses, y ofrecen sus postreros coletazos.
La vida: un tiovivo. Incesantes, los ciclos de la tierra van y vienen, giran y giran. Misterioso carrusel con nuestras vueltas contadas.
martes, 13 de mayo de 2025
Con mi mano, limpio a diario las cáscaras de cal que van depositándose en mis repisas.
Blanca y menuda materia del tiempo y su dinámica.
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La exquisitez tiene matices, gamas de acepciones, de aceptaciones.
Vino en rama al trasluz, con sus bien visibles partículas flotando: me encandilan, igual que pecesillos en acuática y nutriente cárcel de cristal. Peces que incrementan el sabor, que lo potencian. Y son culmen, para mí, de lo exquisito.
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Yo regaré mis sangres nuevamente, de lo que fue mi padre ensangrentado, y en recia copa recio vino en rama, voy a brindar por él y sus cojones. Yo aplaudiré en el viento su coraje, su duro padecer sin premio alguno. Tatuará la muerte en mi esqueleto la imagen de una flor que no dio aroma, porque no tuvo aire donde abrirse.
lunes, 23 de diciembre de 2024
Me dicen mis cercanos
que gasto mucho frío últimamente.
Será porque es invierno
o que ya pocas cosas me calientan.
Será que estoy llegando a cierta altura.
Será que mi tamiz, al cabo de la vida,
tan espeso,
no se deja colar por cualquier cosa.
Será porque la cosa ya no existe.
Será que los caminos...
Será porque mi espíritu andariego...
Será porque al final ya no hay camino.
Pero aún me caliento suficiente
en un momento,
y prosigo mis vuelos, mi aventura,
ya no sé si certeros,
si ya son puro sueño en mi reencuentro
con cosas como ésta, por nítida y tan pura:
"A un poeta muerto", de Luis Cernuda.
jueves, 5 de diciembre de 2024
Yo también soy como el agua, que nunca muere.
De hielo o nube o lágrima, o caldo dentro de una granada, pero siempre soy.
Y soy también el árbol, y soy el pez.
Y la montaña, y la arcilla.
Yo soy de musgo y de nácar, y hasta el mismo viento soy.
Alguna vez no sentiré, pero seré.
Llueve; lo percibo.
Lloveré yo, algún mañana, sin sentirlo. Pero lluvia seré.
O seré hoja, caliza, alga, magma, pluma. Tinta o papel. Incluso el mismo silencio podré ser. Pero seré.
¿Están cayendo, en gotas, justo ahora, quienes no conocí, y los que sí conocí?
Salgo a ser mojado.
Llueve un algo que me calma.
Lluévenme abrazos, aguinaldos, besos de arrope; noto una restitución, una compensación.
Materia soy.
Materia somos.
Yo mojaré también los cuerpos de quienes no conoceré, y de quienes sí conocí.
Seré en ellos lo que hoy es esta lluvia en mí, la tierra que pisen, ese cuerpo que aman, el verso que escriban y el aire que respiren.
viernes, 8 de noviembre de 2024
Volveremos a comer la carne asada en la candela, como hicimos en tantas otras veces similares, por estas fechas. Y miraré tus ojos, tus coloretes, tus mofletes hinchados masticando, tu feliz sonrisa. Reiremos con los perros, nos limpiaremos luego las migajas de los dientes con astillas de madera. Y así será de simple y de rotundo ser feliz nueva y plenamente. Y creeré, una vez más, por un instante, que no existe ese futuro que a veces toca en mi hombro y, de sutil manera, me invita a ese alejarme fatalmente de la vida. Qué triste resulta en ocasiones lo de ser padre, cuando en uno no está el poder detener las agujas del reloj. Pienso, de repente, en las máscaras representativas del teatro en la antigua Grecia; también pienso, a la vez, en el dios latino Jano: felicidad y tristeza, el futuro y el pasado. Todo junto, jamás separado. Pienso, justo ahora, en ambas dicotomías; las entiendo, las estoy entendiendo como estoy sintiendo también en idéntica y clara perfección este girar de la Tierra. Lleno de tanto amor hacia mi hija, aprecio el ritmo al alejarse de cualquier galaxia, el avance de la arruga, la hinchazón y el latir de la simiente que en abril será amapola.
Qué mentira lo de:
no vuelvas al lugar donde has sido feliz.
Un día, una hora, un instante oportuno
basta para negarlo.
Volví a la mano aquella donde cantaban pájaros, y he vuelto a oír sus cantos; a besar las mejillas donde nunca la nieve halló refugio, y estaban cálidas; a mirar y ser mirado por los ojos que una vez me mostraron el sendero en que nacen los soles, y de líquida luz
se vistieron nuevamente todas las cosas del mundo. A la voz de aquel te amo, amplia como el tiempo, sin vértices ni desgastes, y en nueva eternidad gravitan mis ocasos.
miércoles, 23 de octubre de 2024
Una seta en la cocina,
más allá de su forma,
de su color o su aroma,
emite un gemido mudo.
Tú, que ni anduviste la tierra,
ni volaste entre los vientos,
ni nadaste en río alguno;
tú, que no conoces
la suerte de tu progenie;
tú, tan sin boca ni oídos,
tan sin ojos ni manos,
tan sin olfato ni espíritu,
y aun así,
tan tú,
tan en ti,
tan monte aún,
que no tienes corazón pues tu latir es el mundo,
dime por qué brillan tus esporas
atrapada en cadáveres de mimbre.
Dime por qué escucho tu gemido.
---
A este poema mío, recién parido, aunque no sé si terminado, creo que le viene bien un par de explicaciones.
La primera es llevármelo a un verso de Gamoneda: "La belleza no es un lugar donde van a parar los cobardes", que creo que tiene mucho que ver con mi poema.
La segunda es que este poema surgió de una visión de varias escenas de una película que nada tiene su argumento que ver con lo expresado por mí. En dicha película un grupo de personas recolectaba setas en el bosque. Luego, uno de los protagonistas, llevó su canasto de setas a su cocina. Yo sé que era una película. Yo sé hasta qué punto era falso todo aquello. Pero la realidad a veces tiene la facultad de seguir siendo verdad en la mentira. Quiero decir que yo no tenía en mí o ante mí la presencia real de esas setas, pero las percibía igualmente reales, tanto primero en el monte, como luego en la cocina. Y de manera quizá instintiva comenzó a fraguarse mi poema.
Ahora no sé si con mis explicaciones he matado mi poema. Nunca se sabe cuándo es correcta la intención, desafortunadamente. Aunque ya puestos, qué más da. Sigamos.
La belleza no siempre es sinónimo tal cual de lo bonito, ni lo agradable lo es también de la felicidad. A veces ambos conceptos sobrepasan sus comunes significados. Yo creo que estoy tratando un asunto más allá. Que puede haber, y la hay, belleza en la tristeza, y que existe determinado placer en los estertores de la muerte, y no tiene por qué tener connotaciones de venganza o conquista de ansiada paz definitiva, sino que, a modo de canto de cisne, más bien se trata de una proclamación del amor a la vida ante la muerte en los momentos finales de la existencia.
Con qué lentitud se crearon las montañas y los valles; con cuánta paciencia el bosque.
Un terremoto, un incendio, fulmina en un instante milenios de creación.
Así sucumbe el amor también. No hay pasado a considerar. Nada importa para el temblor y el fuego.
Nada eres. Nada has sido. Tus piedras y argamasa, tus ramas y su sombra, hoy volátiles pavesas.
Sólo el dolor aguanta en su estructura. La pena inaguantable. El arrepentimiento firme que ni el perdón suprime.
martes, 15 de octubre de 2024
Creo que emito la voz de quien, ya inexistente, por mí, se sigue haciendo oír.
Soy, quizá, lo que no conozco, lo dilatado en el tiempo; un algo más allá de este vivir y este morir.
Por mí cantan pájaros pretéritos, se recompone la selva, y un fuego extinto aún arde en mis manos. Estoy, creo creer, más allá del humo, del hidrógeno, del carbono y el oxígeno.
Quizá, cuando yo ya era, yo aún no era palabra.
Quizá, detrás de mi materia, soy un algo incombustible. Quizá soy, también, lo no viviente nunca.
Pero canto.
Aunque no sepa por qué.
Ni para qué.
Mi canto, bien mirado, es mayor que el mayor de los desiertos.
Porque mi canto ya no es materia.
Mi canto es un deber y no lo es. En campos de eternidades, no existen nimiedades.
Tal vez canto para mi ser de mañana, cuando ya el ser no sea mi ser. Y soy puente.
Puente soy, tal vez, que prolonga el ser y estar de muchos, por mí, por muchos, entre dos indefiniciones.
Quizá soy sólo eso.
Y nada más.
Y todo así de simple.
lunes, 23 de septiembre de 2024
Hoy te he notado idéntica, mujer muchacha.
Los años en tu alma son abono.
Hay gente que se entrega a su abandono,
en cambio tú floreces con el tiempo.
Hoy te he visto tan tú, tan de al principio,
que diría que he vuelto a enamorarme,
lo cual es imposible, si no dejé de estarlo.
Ya sé que hoy son hilachas lo que ayer eran sábanas; piedras o guijarros, polvo del camino o de la playa lo que fueron montañas.
Pero aquí sigo, mirándote de lejos, en mi barca, sin remar, entregado al completo a las corrientes hacia el único y falaz de los destinos, pero como quien mira o recuerda en la noche un planeta brillante que en tiempos habitara, y la razón forzárame al exilio, exilio de tu nuca y de tu pelo, ajeno ya de lleno al calor y al asombro de tus pequeñas manos, laboriosas, como hileras de hormigas.
Hoy te noté la misma, mujer muchacha.
Diría que también me siento el mismo. Pero decir es un verbo cargado de una amarga traición, según sea conjugado. No es lo mismo te digo a te diría, porque es fácil y humano confundir lo real con el deseo.
Cuando el amor asienta sus raíces, no existe labrador cirujano que lo extirpe: ni el tiempo con sus fieros venenos cuyo nombre común es el olvido; ni el éxito o fracaso en cualquiera de ambos bandos; ni la inmutable realidad que prohibiera y prohíbe un futuro conjunto, asociado, como el viento en la rosa, como el mar en la costa, como nube que llora y de su pena acuosa se enverdece y florece la tierra en la alegre primavera.
Cuando el amor asienta sus raíces, no hay tratado de paz ni guerra declarada capaz de eliminarlo, pues ni los propios amantes, principales y únicos artífices, podrán frenar su ímpetu, su capricho.
El amor es otra cosa a lo que pretendemos hacer fácil al nombrarlo con palabras. El amor es un ente en sí mismo. El gobernante absoluto. El indomable. Si te digo te quiero o escucho tu te quiero, no somos nosotros, sino él, quien nos lo dicta, quien nos lo exige, quien nos hace decirlo.
Marionetas. Eso somos. Proyección encarnada. Juguetes inocentes, inertes o vivientes colgados de sus hilos.
Hoy te sentí la misma, mujer muchacha.
Hoy escribo y escribo.
Hoy la luna me guiña con pícara mirada.
Diría que hasta el mar es lo que escucho. Sí, el viejo mar. El viejo mar que ha vuelto. Una implosión de los sentidos, de estares y de seres, de segundos o siglos, un giro al renacer de las montañas y los fuegos extinguidos, un presente de peso y absoluto que me abraza y protege de mi tanto penar por el mañana.
sábado, 21 de septiembre de 2024
Refiriéndose a la muerte, dice el verso del medievo: "a todos los igualas al más bajo nivel" (nótese el alejandrino, idéntico a los de hoy, y a todos los de desde entonces: dos hemistiquios con perfecta cesura justo en medio, el primero heptasílabo y el segundo también, al ser aguda la última palabra. Perfectísimo. Según se mire, tampoco hemos cambiado tanto).
Pero no es sólo la muerte quien tiene potestad para igualarnos a ese estrato. También, y como ejemplo, lo hace Máxima Centauri, estrella más cercana al Sol, nuestro sol, nuestra estrella.
En este preciso instante soy indéntico a quien habite en mis antípodas respecto a nuestra diferencia de distancia con Máxima Centauri, que es absolutamente desechable.
Y es ésa la siguiente estrella tras el Sol más próxima a nosotros. Lo curioso es que pertenece al mismo conjunto de estrellas, o galaxia, que la nuestra: la Vía Láctea, de la que aún no conocemos con exactitud cuántas estrellas la componen.
Creo que ya sobra decir que más allá de nuestra Vía Láctea hay muchas más galaxias con más miles de estrellas cada una y así hasta alcanzar un estado de razonamiento e imaginación que roza o traspasa lo aguantable.
No es sólo precisa la muerte para igualarnos. Vivos también podemos (o deberíamos) captarlo.
viernes, 16 de agosto de 2024
AMORES CACTUS VS. AMORES DE CHARCA O DE RIBERA
Se dice que el amor es como una planta que hay que regar periódicamente para mantenerlo vivo. Algunos opinan que ha de hacerse a diario. Yo no soy botánico, ni pretenderlo deseo; yo no quiero entrometerme en el jardín acotado de la prole de Linneo. Pero sí soy de la opinión que se debe ser preciso en el hablar, y más si es un dictamen o un dogma o una ley o una teoría o un axioma (falsable o no), lo que expresar se quiere. Por eso, cuando se habla de plantas, hay que conocerlas primero, estudiarlas, saber sus características, en qué condiciones climáticas suelen vivir mejor, porque no es lo mismo un nenúfar que una chumbera, ni un perejil es igual a un edelweiss. Entonces, retomando el paralelismo entre amores y plantas, hay amores tan pesados (tan pesadas), que necesitan ser regados a diario, y que sí, que vale, que yo eso no lo discuto, pero tampoco se me podrá discutir a mí, que hay otros amores que están en el extremo opuesto, que si les dices de continuo te quiero o qué bonitos ojos tienes o me embruja cuando en la noche borda la Luna con hilos de plata ese ajuar que es tu pelo, si eso se lo dices día tras día, acaban por encharcarse, por anegarse, por ahogarse y mustiarse, por marchitarse, por fenecerse, por abolirse y descomponerse. Por ello es preciso estudiarlos previamente, investigarlos, porque podrá suceder aquello de: con menos besos se apaña una. Y será luego cuestión de alargar los periodos entre regadíos, amoldarse al húmedo paradigma que cada planta precisa. Que amar no es cualquier cosa, ni a la ligera ha de tomarse. Que es mejor, por ejemplo, sobre un Árbol de Josué o Yucca brevefolia, en mitad del desierto, un chorreoncito, muy de cuando en cuando, de un "me gusta cuando el sol al atardecer, sobre tu piel, dibuja jeroglíficos de escuetas líneas con fibras de pan de oro que yo descifro con la ciencia de mis labios", que la embriaguez continua rutinaria diaria jartona y empalagosa de un vulgar: "pienso en ti cuando veo mi reflejo solitario frente a los escaparates de las mejores tiendas de Les Champs-Elysées, o los de Vía Veneto, o los de Notting Hill, o los de Hollywood Boulevard, porque tú y yo, bien lo sabemos, semos más de mercadillo y de bulla y tarascá y vocerío de un ¡todo a cinco euros!, ¡a cinco euros!, ¡a cinco euros!", sobre un sauce llorón, por ejemplo, o sobre una adelfa, o sobre una zarzamora, o sobre una hierbabuena, o sobre el río Kwai, o desde los Puentes de Madison, o sobre el Miño el nombre y el Sil el agua, y hasta aquí, y ya vale, y ya termino.
sábado, 3 de agosto de 2024
En el patio de la casa de la abuela
hay un lebrillo.
Es muy antiguo.
Silencioso y desconchado, apoyado, de pie, sobre unos basamentos metálicos y negros, adorna el patio desde un rincón en sombra.
Parece objeto muerto, pero cuando lo miro
sé que está vivo,
porque me habla.
En su fondo hay un enigma:
es una fina línea en espiral, que va desde los bordes hacia el centro. O tal vez viceversa.
El alma del alfarero que produjo ese lebrillo, y mi alma, se parecen mucho.
Por el lebrillo escucho palabras e intenciones de otros viejos estares en el mundo, bastante parecidos al mío.
lunes, 15 de julio de 2024
Tus besos: qué dulces esta noche desde tu recinto gris.
Apenas eran besos, por tratar de escondernos. Silentes sinfonías cegándome en su luz. Qué blandura, qué blandos los vallados de repente: de seda de improviso sus cordeles hirsutos.
Qué apertura de campos, qué ímpetu en el pulmón al son del aire claro y dilatado.
Qué dulzura profunda en tus labios quedos. De una sima innombrable surgió la punta sin mácula de un sueño oculto. A ella me sujeto en este amanecer de variado cromatismo con bien atados crampones de lirios vivos, por no volverme nube.
Y qué blanda tú, desnuda de leyes, casi de vapor y olor a vísperas de lluvia.
miércoles, 10 de julio de 2024
No comprendes poder compaginar
la triste sensación de verte preso,
y ser dueño a la vez de cierta libertad.
¿Libera la costumbre que te encierra?
¿Antídoto y veneno en una misma flor?
¿Hay cadenas con alas, ruinas victoriosas, cenizas que calientan?
¿Has descubierto luces más perfectas en tu recinto en sombra
que en la lumbre fulgente
de toda la intemperie a mediodía?
sábado, 1 de junio de 2024
Claro que aprovecho el tiempo. Y más ahora, que no sé qué brisa antigua vuelve a ablandar mi cuerpo de madera fosilizada; ahora que un tanto Dafne y un tanto hormiga fructifico y recolecto para el siguiente solsticio. Ahora que mis inviernos desaparecen del mapa.
Ahora que buceo en mis archivos como una lagartija en busca de alimento; ahora que incremento mis archivos quizás por esa brisa que en la noche refresca mis insomnios.
Porque vuelvo a no dormir, a estar despierto como buen centinela de los sueños: cazarlos vivos cuando intentan huir, retenerlos aquí, por un momento, mientras mis dedos confeccionan con letras todo detalle suyo.
Que sepas que en la noche como flor insurrecta te acercas con tu aroma a mi ventana; que trasciendes la reja; que me alcanzas.
Vuelve junio con su velamen claro, como barco nocturno, a cruzar por bahías y ensenadas ya sabidas, playas de una líquida memoria donde su ancla quiso una vez darle fondo y para siempre.
Vuelve junio como un cometa de su anual periplo por lugares de sombra donde todo sentido es vano; vuelve junio a despertar mi letargo con un rumor de espiga presta ya para la hogaza, de música secreta en la acequia metálica, de amplias lunas que cantan sobre bosques de almendros y junglas de lavanda y de retama.
martes, 28 de mayo de 2024
lunes, 27 de mayo de 2024
VISIONES
Eres como un agujero en una superficie horizontal de piedra pulida, que da a una cueva horadada por el mar. Las hay así en el sur de Portugal.
Eres como ese agujero que busco en mi caminar, o que espera mi llegada.
La cueva tiene una playa solitaria a la que sólo se accede por el agujero, o por el mar. Pero yo soy caminante, no marino.
Arriba, sobre la superficie de piedra, reina el azul; abajo, en la cueva, el naranja.
Es la misma luz arriba que la de abajo (porque la boca de la cueva horadada por el mar es enorme); y a la vez distintas. La de abajo ofrece intimidad, comprensión, libertad, descanso, naturalidad; la de arriba sólo teatro, sólo batalla, y un miedo perpetuo.
Eres esa luz de abajo; tienes un alma de color naranja; tu abrazo es una playa íntima y secreta: lo recuerdo como pisar la arena suave, como la hay en el sur de Portugal.
El agujero es tu palabra, tu llamada.
sábado, 18 de mayo de 2024
CUANDO MENOS LO ESPERAS
Cuando menos lo esperas, tras más de dos mil lunas,
descubres el candado de tu celda
mágicamente abierto.
No sé qué extraño síndrome
te impide salir fuera.
Era cuestión de tiempo.
El guardián ya no está, sólo su silla vieja,
y un manojo en el suelo de llaves herrumbrosas.
Y te arrancas y sales con eléctrico miedo
al oír el chirrido de la reja.
Das dos pasos afuera, pasos torpes.
Algún tipo de imán parece limitarte
la carrera que tantas veces dentro,
-más aún si era en brava juventud
soñaste al presentir la primavera.
No se escuchan alarmas.
Unas gotas de calma, sobre tu corazón acelerado, te apaciguan el vértigo.
Y cruzas kilométricos pasillos.
Nadie hay, solos tú con tu miedo entre una sombra gélida.
Ves una puerta al fondo; un enigma entreabierto; y una luz cegadora colando por la mínima abertura.
Avanzas, andas, trotas, corres hacia ella.
Un sonido de pronto te detiene, oyes atentamente:
es el viento en el mar,
es el mar y es el viento golpeando en las rocas de un crudo acantilado.
-Tu pobre libertad tan esperada.
Mas ya no hay vuelta atrás; te has convertido en pluma, en verso, en aire; quizás ya eres gaviota, tal vez una semilla voladora, o el brillo de la perla dura y pura retando al propio Helios.
¿Dónde comienza el mar, dónde termina?
Preguntas al saltar sobre las olas.
Ayer fuiste pirómana, hoy bombera.
Si pudiera elegir te haría barrendera.
Entreabro las ventanas porque vuelve el calor.
Cualquier mínima brisa
avienta las cenizas de mi estancia.
No es cómodo digamos a la hora del descanso
contemplar las vajillas,
los vidrios del balcón, los muebles, las cortinas,
los platos en la mesa, las flores del jarrón,
la foto de mi abuela que nunca conocí.
Hasta mi perro blanco ahora es gris,
y las plumas de mi canario verde,
y mi felpudo azul celeste del portal.
Si pudiera pedir
diría que volvieras
a barrer con vigor tanta ceniza.
O mejor quédate.
Haz trizas la manguera
y tráete más yesca y pedernal.
sábado, 11 de mayo de 2024
domingo, 5 de mayo de 2024
Tu mano primavera traspasando fronteras, rompiendo el correctísimo equilibrio.
Tu mano: una cometa, una avioneta, una elástica cama.
Tu mano mariposa imperceptible entre la gente y sus costumbres.
Tu mano rosa cálida en la tarde.
Tu mano transportándome de pronto a lugares que nunca te diré.
Maga mano tu mano.
Era carne tu mano y era aire, y fue bálsamo y puerta, y era objeto con alas.
Quizás aún no conozcas las virtudes sin límite que habitan en tu mano.
Por un gesto sencillo de mi boca en tu mano universos se expanden a esta hora nocturna tras el firme cristal de mi ventana.
LUGARES SEÑALADOS POR LA HISTORIA
Donde ardieron judíos
y el yonqui amenazaba con su aguja.
Donde ardieron tus ojos aquel atardecer.
La noche, aunque tan próxima,
y ya copia de ti (boceto levemente
insinuado del monte de tu boca
y el mar en tus bahías bajo una luna híbrida),
se volvió de repente lejanísima.
La insoportable levedad del ser
sincero.
Y huyeron los deseos
a planetas y estrellas imposibles.
Pirómana verdad nos cortó el paso
incluso por las sendas de lo aéreo.
-Ni en humo fuimos libres-
Desde entonces
una aguja extraviada por aquellos jardines
indica el punto exacto
de mi último naufragio.
Ya no miro las rosas
por evitarme pleitos
contra el cruel olvido.
Ni señalo en el mapa
con el dedo nostálgico
los lugares comunes
donde el beso y la espina.
Ya no más caravanas
al país de la seda.
Confieso que he sufrido,
que fui caravanero,
que conté de una en una
las estrellas fugaces.
Hoy soy volcán extinto.
El té y el pan de pita
me alivian junto al fuego.
domingo, 21 de abril de 2024
sábado, 20 de abril de 2024
Me digo que soy feliz
pero en mi pueblo no recuerdo la última maceta adornando un balcón.
(Posiblemente haya alguna todavía. No lo sé.)
Yo podría también colocar una maceta en mi balcón, pero sería una impostura
como pintarme el pelo para esconder las canas o comenzar a asistir a algún tipo de gimnasia para las articulaciones.
jueves, 18 de abril de 2024
Algunos a estas horas ya habrán nacido.
Algunos a estas horas ya habrán muerto.
Algunos a estas horas ya habrán ganado un buen dinero.
Algunos a estas horas ya se habrán arruinado.
Algunos a estas horas ya se habrán enamorado.
Algunos a estas horas ya se habrán reconciliado.
Algunos a estas horas habrán comenzado a odiar, o llevan ya un buen rato haciéndolo.
Algunos a estas horas estarán pintando un cuadro, otros robando, incluso alguno habrá que no encuentra un pozo con agua para su camello. Alguno que acaba de pisar la cima del Everest, otro perdido a saber en qué desierto.
Alguno a estas horas ya tendrá su cocina pulcra, otros no sabrán aún qué comerán.
Yo a estas horas creo saber algo de muchos que no conozco. Yo a estas horas conozco cierta verdad en el mundo, no demostrable por mi parte.
Posible es también que alguno o alguna esté pensando en mí a estas horas, aunque no sé por qué ni para qué.
Alguno a estas horas comienza a hacérsele el día largo, y es poco más de mediodía. Un día cualquiera, jueves dice el calendario, y primavera los campos y los patios.
Alguno habrá que quiera cerrar su poema en este punto.
Piezas para construir un poema:
• Hemos cerrado nuestro taller de reparación de alas rotas de mariposa.
• Pero muchos clientes siguen llamando a las puertas del taller, sobre todo al atardecer, y más ahora que es primavera.
• Ya no atendemos. No. No nos pidáis ni presupuesto, les decimos por la ventana. Estamos jubilados. O: ahora estamos en otra cosa.
• No se lo creen. Insisten. Golpean la puerta con más ahínco, y eso que son alas de mariposa, y además rotas.
• Y así una tarde y otra. Y sobre todo ahora que es primavera.
• Nos dan lástima. ¿Qué hacemos? Nos preguntamos.
• Pesan los golpes, no en el oído, porque si bien se escucha no se oye nada. Pesan en el fondo del alma, y con carácter retroactivo. Pero nunca firmamos un contrato con la más mínima garantía; tendrían que haberlo leído antes.
• Libro de leyes mercantiles: cómo diluir una sociedad. Dependiendo de si es anónima o limitada... Ahí no dice nada si surgió natural. En realidad nunca fue tal sociedad, mercantilmente hablando. Fue otra cosa. Volvíamos, tú y yo, el mismo aire papel, y luego con él jugábamos a la papiroflexia. Yo ahora a solas me entretengo en dibujar sonrisas sobre la superficie de los charcos. Duran lo que duran.
Esto es lo que tengo ahora mismo para construir el poema. Poco, pero hay otra cosa peor: que olvidé el oficio.
Quizás me volví ala rota de mariposa. Quizás soy yo únicamente quien golpea por fuera en la puerta. Y más ahora que es primavera. Muy primavera.
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Me gusta el ingenio. Por ejemplo las chispas luminosísimas en las películas de José Luis Cuerda. En "Así en el cielo como en la Tierra", cuando Fernán Gómez, que hace de Dios, sabiendo que todo se irá al garete tras el apocalipsis, dice al contemplar el firmamento desde su ventana: "no sé qué vamos a hacer con todo esto, vendérselo a alguien, no sé". O cuando en "Total", Agustín González haciendo de pastor, señala hacia su pueblucho castellano y dice: "Londres"; luego señala hacia una de sus ovejas y dice: "oveja". O en un poema de Karmelo C. Iribarren, cuando dice: "Qué hago mirando la lluvia, si no llueve". O en ese otro poema de Ángel González que empieza así: "Ayer fue miércoles toda la mañana. Por la tarde cambió, se puso casi lunes". Todos estos ejemplos son para mí de una genialidad fuera de lo común. Algo de esa chispa ingeniosa voy persiguiendo a diario. A diario necesito escribir. No es cuestión de comprenderlo o no. Simplemente es así.
domingo, 14 de abril de 2024
Tu rostro no se me disuelve nunca,
aunque sea como el azúcar.
Otras cosas sí, y de manera fácil,
quizás por demasiado duras,
o muy seguras, no sé.
En todo caso
suelen ser las cosas
que nada me importan,
ya sea Nietzsche el fútbol o los telediarios.
En cambio tu rostro
siempre está intacto en mi memoria,
blando,
amoldable,
jamás se quiebra.
Parece de la misma materia
de las yemas de mis dedos
o la de mis labios.
Tu rostro es el deseo
de la flor de los cerezos.
En tu rostro (todavía lo sé)
hay música.
Y un lecho como de lana
donde dormir muy tranquilo.
jueves, 11 de abril de 2024
Duerme la madera fría
sobre el suelo del taller.
Espera, Dios sabrá qué.
¿Encimera de cocina?
¿Ropero para mis ropas de ayer?
Recubriéndola de espinas,
la muerte extiende un mantel.
Rosalía, rosalán, rosalés.
De fresno y de pino es.
No de ciprés.
Carpintor de la melancolía,
volví mi escoplo pincel.
Vive y perdura, resina.
No te tallaré.
Marzos, ramas, hojas, ríos,
brisa y nidos
sobre ti pintaré.
miércoles, 10 de abril de 2024
Cuando mi boca
se vuelve puré de almendras dulces.
Cuando te imagino.
Cuando medra el destino
con su horizonte aparentemente sereno.
Ahora que no hay viento,
ahora que no llueve,
pero tengo miedo.
Ahora que el silencio
disfraza de inocente el porvenir.
Ahora que te recuerdo,
ahora que te menciono
porque he visto una bisbita bebiendo en mi patio solitario,
ahora que te pienso
como piensa en la nube
el agua prendida
en la onda del charco.
Ahora que hace sol, y no te tengo.
Cuando aún me suspendes en el aire
porque frágil me vuelves como brizna de hierba, si te anhelo,
retal del más preciado sueño,
ascua en la hoguera de inagotable invierno.
Ahora que te preciso, aunque todo parezca tranquilo.
Ahora que por edad
la experiencia me dicta
que tal paz será siempre un engaño.
Embustera es la vida
por más que se decore
envuelta una vez más en primaveras.
Si me sigues faltando,
absténganse madroños y duraznos
en madurar sus frutos.
Quédense en nieve las altas cumbres,
pues para qué tanto río.
Para qué el agua fresca
que refresque mis pies,
mis pies ya no cansados,
porque ya no caminan.
Y si lo hacen, son patas de cangrejo
hacia un pasado de brisa y de amapola
y vino dulce y risa
que ya sólo perdura en mi memoria
junto a algún que otro juguete de la infancia.
Ahora que veo tan claro lo plena que me has sido.
Cuando llena me llenas aún de calma y de blancura, mes a mes, al simular la Luna tu sonrisa.
martes, 26 de marzo de 2024
miércoles, 13 de marzo de 2024
Árbol yo, podré dar muchas flores, pero pocas manzanas; se perdió la abejita que las polinizaba. Barco yo, llegaré a muchos mares, pero a poquitas playas; extravié el astrolabio que me orientaba. Explorador, sediento, orador yo: cruzaré muchas selvas, beberé en muchas aguas, podré decir mil cosas con muy pocas palabras. Pero: ¿quién calmará mi sed de fondo, quién de las fieras frías será mi ángel custodio? ¿Y hasta cuándo mi viaje? ¿Seré cual ser inane, bogando día tras día, mes a mes, año tras año, implorando al pasado eternamente un poco de alimento almacenado? Porque eso hago, satisfago tal carencia con recuerdos: tus manos en mis manos eran dulces y tibias como el pétalo de orquídea y la sandía crujía de colores y aroma entre tu boca y mi boca como en un bodegón de pintura flamenca. Es así: millones de partículas ionizadas -cual diminutos soles-, orbitan en el siempre entre una pertinaz lluvia de lágrimas. Y en la noche infinita, mi salmódico llanto prolongado: Ofelia sólo duerme, sólo duerme, duerme...
Las estrellas parece que se apagan. ¿Algo escuchó mis súplicas? Parece que se anuncia un nuevo alba. Las cosas reorganizan su antiguo organigrama: el pez vuelve a ser pez en amplias aguas; la liebre, el regaliz, la tórtola y la esquila, el trigo y la lavanda, la delicia melódica del casco del caballo entre la grava... El todo gira hacia su ser lentamente, a su única sustancia. Tras la noche lluviosa, mi alma se asemeja a la amapola en cálida mañana: yérguese, prístina de sangre, y con la renovada brisa danza. Has regresado.
jueves, 8 de febrero de 2024
domingo, 21 de enero de 2024
Dónde está lo que aparta
entre mi ser y mi tierra;
si es mi amor esto de aquí, o simplemente el verdor
de esta yerba, de aquella sierra.
En el estar, en el manifestar:
bajo la piel y la piedra nos fluye una corriente invisible, idéntica.
De algarrobo y romero tengo mis pestañas llenas. Late mi corazón entre arrullos de tórtolas. Me despista algún jilguero,¿acaso ya está aquí la primavera?
Me alejo de la campana para sentirte a ti, sola, solamente. Para sentirme a mí, contigo, sin más voz que el balido de la oveja.
Para adormilarme en ti, sentidamente conmigo. Serenamente al sol, otro domingo cualquiera.
martes, 16 de enero de 2024
Puede que ya alcancé (tal vez sobrepasé)
lo que yo más seré. Tal madura granada,
tiempo viene a ser ya de degustar mi propia
dulzura, como así degusta todavía
el río en estuario las mieles de sus aguas.
Sólo el viento me basta. Este viento de ahora,
por ejemplo, que esconde sinfonías, retira
o trae la lluvia, viene, sacude los cristales
de las ventanas, luego pasa, y no se oye nada.
Mas la ausencia de Eolo ha despertado a Cronos,
le sacó de su alcoba de madera, silente.
Prodigio de tictac. Es el reloj. El viento
vuelve. Yo vuelvo a mí. Vuelve otra cena, vino
de pasas, ensalada. Y la cama. ¿Y mañana?
Pero esta noche aún es moscatel, almíbar.
Que ya no es cosa mía la palabra mañana.
Vuelve el tictac, de fondo. Y hay música en mi alma
-el viento me adormece con gusto a mermelada.
miércoles, 10 de enero de 2024
Tejo un mantel con palabras, un manto.
Lo agarro en los extremos con mis manos.
Salto, y la tela se ambomba igual que un paracaídas. Mi distancia hasta el fin sigue siendo la misma. Mi objetivo: mesurar mi paso por el recorrido, aún ofertado; entretener mi visión mientras tanto a ritmo más pausado. Nada me salva, ni hay peros admisibles. Tan solo lentifico mi consumo inexorable. No describo, porque no veo, sino siento. Ni color ni paisajes. He cerrado los ojos. Parece que es invierno, y la madera cruje con su grito de siempre: apenas perceptible a mis oídos. ¿Es totémico el sonido? No lo sé. Lo supongo. Lo imagino. Puedo estar junto a mi madre, hace mil años, o mil océanos, o entre mil vientos de incertidumbres. Sin embargo, en mi estómago, la vida continúa. Siento hambre. Olvido este inútil empeño ¿en qué? Me atengo a lo único y veraz: lo primitivo: tengo hambre.
Ya no es pasión, ahora, lo que me impulsa, sino lo viejo, de donde vengo, lo que sí soy, el artefacto tangible y definido, con lo que verdaderamente existo: animal, con hambre. Y en todo caso: animal hambriento gastando (¿malgastando?) su tiempo tras no sé qué luz.
martes, 9 de enero de 2024
La primavera se extiende por la pared de los meses como dolor sin olvido, como el peor de los daños que hayas cometido. Ya no hay nieve que borre tus huellas en el camino. La chimenea bosteza mostrando su negra boca. La manta es artículo inútil. Qué mérito tendrá abril, cuál mayo. Maldigo al buen poeta y sus plegarias de eternas primaveras. Depreco yo, mediano rimador, más llorón que poeta, por todo lo contrario: necesito un invierno. Un invierno que ofrezca algún sentido a este discurrir continuo, sin alternancias, monótono, cálido, sí, y florido. Tanto como aburrido. Que no es vida esto, si lo analizo. Un invierno. Un invierno a lo antiguo, de escarcha en las cunetas, de vaho en los cristales, de aroma a sahumerio bajo el religioso manto de las nagüillas. De lirios blancos, violetas, amarillos; del anhelo del almendro y del romero allá en la sierra, por ser flor sencilla. De la traviesa aventura al regresar de la escuela dibujando, saltando, universos de órbitas concéntricas, líquidas, expansivas. De botitas de paño, luego, al amparo del ascua, secándose en la tarima.
(Este poema comencé a escribirlo hace ya varios días, cuando enero sólo era enero en el almanaque. Parece que mi ruego, quizás por ser tan sincero, no necesitó ser mostrado para surtir efecto por quién sabe qué misteriosos agentes. Hoy, que lo hago público, enero sí tiene pinta de enero en la calle, en el cielo, en el aire y en los campos, incluso en mi propio espíritu. Otras cosas sé de sobra que ni los mismos dioses podrán devolverme.)
sábado, 6 de enero de 2024
Me siento entrando en una nueva preadolescencia, a la par que voy entrando en mi preobsolescencia, si es que no estoy allí ya.
Lo malo es que antes, si fallabas, no importaba: había futuro donde remendar, retractar, corregir. Y ahora ya no.
El tiempo excluye hasta lo peor: la capacidad, la oferta, la oportunidad de remendar, retractar, corregir.
Ya no hay ni un por qué, un para qué.
Y en ese punto, digamos, mi preobsolescencia es igual a mi preadolescencia. Se actúa sin más; se actúa sin pensar en consecuencias. Es así.
Tengo absoluta certeza solamente de una cosa: voy a morirme. Lo demás qué importa, como en la adolescencia.
Canto, lloro. Leo poemas. Escribo poemas. Sí, voy a morirme.
Cada vez más cerca. Cada vez me cuesta menos percibir su olor.
Me voy desnudando de lo absurdo ante ello. Es cuestión de peso. ¿Qué obligación pesa más ahora aquí que mi propia ceniza luego?
Canto, lloro. Escucho música. Veo películas.
Miro el fuego, relleno mi copa, pienso.
Ah, pero mi nueva perra joven, como la manifestación corpórea de las antiguas primaveras. Viene hacia mí, con sus ojos brillosos y su pelo áspero y a la vez tan dulce en mis dedos. Sus grandes manos, su gran fuerza. Y no más: ahí está el punto de mi dicha ahora. Como cuando yo también joven. Como cuando la leña, recién cortada, tardaba tanto en quemarse en la chimenea. Y cuánto calentaba.
Preadolescencia.
Preobsolescencia.
Ahora, es así, las veo idénticas.
miércoles, 27 de diciembre de 2023
Invierno. Vale. Apenas llueve. Ya no huelen las calles a molienda oleícola. Hace mucho que ya no.
Vale. Pero es invierno. Hay lavanderas piando allá fuera. Y es blanda la tierra por el rocío. Es una madre vieja, la tierra, en estas alteraciones huérfanas de costumbre. Aún te quiere.
Pero,
tanto sol, aún, sobre mí, tanto verde alrededor.
¿Para qué?
¿Sobro?
Mi materia presta está para el futuro. Mas no mi ser.
Hiende la tierra.
Hiende la tierra.
Como una voz, senil, oigo pedirme.
Ni eternos como el tiempo o la materia universal.
Sino humanos, falibles y finitos.
¿Alguien puede entender mi interés por las rosas, la mejorana, la lluvia y las palomas?
Miguel, depresivo y escolar, compañero. Mirarlo fue mirarme. Su foto en aquel monte: espejo.
Dejadme al fin en paz.
Y callad. O amadme si entendéis y uníos a mi vértigo.
martes, 19 de diciembre de 2023
Mi poesía nace en mis ojos.
Un niño, a la entrada de la estación, sentado sobre un rebate, comiendo una hamburguesa.
El bocadillo, mordido entre sus manos, pequeñas y morenas, parecía una media luna morena.
Humildad en sus ropas y alegría en su boca.
Una muchacha, quizás fuera su hermana, a su lado sentada, le sonaba los mocos y le daba a beber zumo de una pequeña botella.
Alrededor, la nada ruidosa. A mi lado, más palomas de dedos amputados, se me acercaban por el extremo opuesto al de la violencia.
jueves, 7 de diciembre de 2023
Busco chivata en el diccionario y aparece con significados idénticos a su homónimo en masculino. Pero no existe un significado que con tal palabra se designaba una especie de cesta flexible de mano, muy liviana, con asas circulares, y cuyo recipiente donde guardar las cosas estaba confeccionado con tela de rejilla.
Imagino que lo de chivata le viene a tal objeto porque la redecilla dejaba trasver el contenido de la cesta.
Mi madre las usaba. Recuerdo una suya azul. Y que no era muy cómoda según ibas aumentando su contenido en la plaza de abastos, pues al ser de rejilla, ésta se dilataba, se alargaba en vertical. También, las asas, a la par que circulares, eran muy finas, y se te hincaban en las manos por el peso, delicadas por aún no trabajadas mis manos de cuando niño. A veces, camino a mi casa, la chivata iba rozando el suelo, lo cual, dada mi estatura de entonces, aumentaba mi esfuerzo, pues debía cuidar de llevarla elevada, de no irla arrastrando por la calle y se rompiese.
Hace mucho que no veo una chivata. Quizás ya no se usan. Quizás ya no existen. Con el tiempo he aprendido que el azul no es sólo uno, sino que al igual que todo color, posee matices. Con el tiempo he aprendido que el azul de la chivata de mi madre era de un azul índigo, que es ese tono que por ejemplo, por un instante, muestra el cielo en sus amaneceres y en sus atardeceres, siempre y cuando sea un cielo limpio.
jueves, 24 de agosto de 2023
En mi calle los cuerpos de los hombres
olían a sudores y a tomillo.
En arrugas faciales,
en uñas y nudillos deformados,
la piel era un reflejo del secano
o el tronco retorcido del olivo.
No conformes, en los ratos de asueto,
sobre el rebate tibio,
urdían lentamente las sierpes del esparto.
El vino florecía en sus mejillas
como una rosa roja, justo junto a la orilla
de sus ojos acuosos.
Cada tarde mi calle se moría
en revuelo de juegos de chiquillos:
intrépidos partidos de pelota en la empinada cuesta;
en combas y escondites; pillapillas
al son de Los Chunguitos y Los Chichos.
En navaja afilada sobre un trozo de pan y algo de tocino (y un cazo de gazpacho si sobrara a mediodía).
Los gatos peleaban al sacar la basura, mientras con sutileza,
en el aire sencillo del barrio corachero,
de la dama de noche se expandía
un aroma (tan humilde y profundo)
que en el sueño vencido aún me persigue
igual que golondrina desnortada
en las nieblas del tiempo,
sin rumbo ni camino hacia su nido.
domingo, 6 de agosto de 2023
miércoles, 19 de julio de 2023
Entre un cauce de olvido todavía me suenas
con tu canto secreto, tu arrullo de planetas.
Tu potestad de ala eleva allí donde mis pasos
se pierden al reclamo de falsas primaveras.
Del alto campanario o de una estrella
desciende con descargas de luz remediadora
tu voz de miel o vino, de brisa marinera,
cuando mi aliento gris reproduce el ocaso.
Alba y abril, una pintura, la carta de soldado
en la trinchera. Peregrina es tu voz por el bosque
como una vendedora de benéficos vientos.
Ven y repinta con la certidumbre de tu brújula
este mapa maltrecho de borradas señales.
Regrésame a la cumbre de mi única música.
jueves, 1 de junio de 2023
Yo ya sé que tus manos...
Yo ya sé que tus manos se pueblan de hierbabuena cada tarde,
y que luego tu pelo es la noche,
o que amanece en tu cara antes que en cualquier planeta;
que en tu lenguaje se filtran sortilegios contra toda dolencia,
que es de pan tu risa en mí,
y de vino tu mirada.
Pero y qué hacemos, amor, dilo a mí
si leguas de moral y compromiso
nos impiden yo ser marino que a tu ribera isleña llega y se descansa,
o ser sirena tú que en mi oído contara las viejas leyendas de tribus extinguidas.
Dime, amor, cómo hacemos.
Extiende tu mano si acaso
que yo vigilo si esta luna
se vuelve más cálida y blanda,
más verde y aromática.
O canta.
O despliega tus alas.
Que yo seré oído atento
guardián del silencio
para hacer nacer al mundo,
girar el girasol,
untar con brillo y danza a la amapola,
o el ojo que primero vea
el primer pájaro de la alborada.
jueves, 8 de diciembre de 2022
Noche en el tren. Tras el cristal,
la invisible visión
es un puma al acecho.
En la espesa negrura
imagina paisajes de olivar
en un campo infinito,
huertas, caminos,
acequias que discurren su agua clara
con agradable plática.
Desde el fondo le llega,
tal música de pájaros,
celestial y gloriosa,
como una voz divina:
"Nada se ha dicho aún
en el preciso instante en que se sueña.
Todo está por hacer,
nada está consumido."
El sueño en su labor
es abeja que liba la exigencia en nacer
de las cosas del mundo.
Y ante el necio pretender desandar
hirientes y obcecadas agujas de reloj,
tal vez pueda caber relativa esperanza,
pues toda aurora en ciernes,
al igual que el lentisco en la infancia de marzo,
acarrea algún grito presentido.
Porque aún hay deseo, aunque exiguo,
en el fondo del alma del viajero
barruntan con torpeza determinadas filias:
quizá quede más fe, más margaritas;
quizá quede más miel por apurar de aquellos días.
Pero es noche en el tren.
Y avanza su viaje al compás del otoño.
Tras el gélido vidrio
-realidad sin cortinas-
la invisible visión es un puma al acecho.
jueves, 24 de noviembre de 2022
Mi choza es idéntica a la tuya.
No supimos aprender la correcta arquitectura. A veces percibo el lodo trepando las laderas de mi cama,
y una danza de fauces en el sólido estuario de la negrura.
Más allá, a través de catorce mil ramas
y adobe,
escucho jugar un niño.
Pero ciertas veces, también, una luz cuela por el torpe techo.
Y confundo el día y la noche: si es de luna o de sol esa luz precipitada -o tal vez de una galaxia aún sin nombre.
Has de saber, compañera, que ante ella me desnudo y me entrego completo.
Porque suelo pensarte entre esa luz: ave acuática libre,
volando sobre líquidos espejos
de océanos lacustres al cobijo
del junco y la espadaña.
Y el mundo, de tan claro y polícromo,
no me dicta más juicio
que una canción luminosa.
domingo, 30 de octubre de 2022
Sentado, sobre las raíces aéreas de un eucalipto, pienso en que tal vez este árbol conoció el humo del carbón de las locomotoras. Mis brazos no alcanzan rodear su tronco. Pienso en cuántas cosas trata de decirme desde su vegetal silencio: más allá de aquellas locomotoras, quizás, también conoció un entorno sin raíles ni pitidos, sin lágrimas de despedida. Sólo campo. Sencillamente campo.
Algo alejado, se escucha un trasiego de tractores con remolque. Van directos hacia los campos. Allá va la jauría de hombres y mujeres a golpear otro tipo de árboles, a conquistar su pan, a su ir transitando por la tierra y la mesa transformando la aceituna en garbanzo, el sudor en mensual recibo, el ahogo en regalo de compromiso. (El aceite primero y más virgen no nace en la almazara, sino en las varas de los jornaleros y en los fardos de plomo de las jornaleras, por lo común humildes. Y así fue siempre.)
Ya clarea el día. Una muchacha llega, arrastrando su maleta. Es como una cerilla que arranca el incendio que me espera después. Las prisas, los semáforos.
Yo apuro otro cigarro. Aguanto un poco más sobre mi amigo eucalipto, bajo las últimas estrellas, donde el silencio rey comienza a perder de nuevo su corona.
Dicen que los eucaliptos crecen a la orilla del agua. Aquí no hay agua por ningún sitio. Sólo adioses. Por eso comprendo lo que el eucalipto intenta decirme desde su vegetal silencio, desde su soledad sonora. Que los adioses son de agua. De ellos se alimenta. Por ello mis brazos no alcanzan rodear su tronco. (Es un hombre serio. Es un hombre sabio. Es un hombre viejo, serio y sabio, el eucalipto. Es como un abuelo que te duele).
Los holas son como golondrinas que pasan. Sólo los adioses permanecen alimentando cuerpos de eucaliptos legendarios, solitarios, por detrás de la verja, anclados, tenazmente enraizados en su perenne otoño, adosados al andén del tiempo y de la pena.
Escribir, y el viento, son cosas muy parecidas. O al menos en algún momento. Pasa el viento por la puerta de un tanatorio repleto de co...
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Un cénit de verano sobre la vertical señal de tráfico. Entre la escueta sombra, o férvida sartén, y en la cuneta, resuella un pajarillo.
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Cuando la vida se inclinaba lentamente hacia el sueño; cuando las plantas y animales comenzaban a vivir su diario intervalo de leve in...
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Habito entre las ruinas de lo que nunca fui. Respiro los retales de un aire imaginado. Pero incesante, en mi centro, este batir de alas: la...